domingo, 5 de mayo de 2013

LA SILLERIA Y EL SOFA


Tengo un amigo que anda estos días tratando deshacerse (vender o regalar) de una antigua sillería heredada de algún pariente y no encuentra donde colocarla. Ni se la compran ni nadie la quiere regalada. Se trata de muebles viejos que en su día formaron parte del entorno familiar de nuestros antepasados. La comodidad del cuerpo tiene en el mobiliario sus modas que han ido evolucionando con el paso de los años.  
En las antiguas fotos de cartón,  donde se recogen las poses de nuestros abuelos, vemos que aparecen fotografiados en los momentos estelares de sus vidas, (bautizo, primera comunión y casamiento), en donde los retratados aparecen en posiciones rígidas, y firmes, carentes de confort, debido a la severidad e incomodidad del mobiliario, y faltos de sonrisas por la alegría del acontecimiento. Eran sillas y sillones austeros, de asientos duros y respaldos rígidos, que incitaban a una postura solemne y poco relajada. La historia de la silla y sillones, en general, ha tenido más trayectoria  social que los modernos y relajantes sofás de ahora. Siempre se ha hablado de estilos de sillerías referidos a épocas, reinados, imperios…Así, tenemos sillas y otros muebles de estilo isabelino, inglés , imperio, Luís XV, Luís XVI…, etc. y otros personajes históricos que han dado nombre al antiguo mobiliario. El cuerpo siempre se ha adaptado al mueble existente en la época. La comodidad corporal ha evolucionado como todo. Esta comodidad viene determinada por la posición y colocación de las posaderas (vulgo culo, para hablar claro). En asientos duros, la persona está incomoda y se remueve en los mismos buscando la posición más idónea para el descanso. Recuerdo que en los años 40-50 del siglo pasado, la sala del cine Espinós, estaba compuesta de butacas de madera que ponían a prueba el trasero de los espectadores, sobre todo cuando se trataba de largometrajes como  “Lo que el viento se llevó”., proyectada en 1955. .
Las sillerías antiguas, compuestas de sillas, sillones y sofás de nuestros abuelos,  con reposa-brazos y respaldos rematados con artísticos trabajos de ebanistería,  más que utilidad práctica, servían como adorno del salón, y formando parte de la estructura señorial del mismo. No eran las sillerías muebles confortables, sino de presunción. Recuerdo que en casa de mi tía abuela Josefina (la llamada “casa de la señoreta Josefina”, en el carrer Roques) en la sala donde ella, (que era soltera), y su sirvienta “hacían la vida” y recibían las visitas de familiares y amistades, había  una sillería para cumplimentar a las visitantes de postín (el médico, el cura y alguna que otra monja o fraile postulante). Esta sillería, con su carga  de incomodidad permanecía siempre sin usar y no envejecía nunca. Permanecían siempre en perfecto estado de revista, tapados con unas fundas de tela blancas para que no cogieran polvo. Cuando alguien importante anunciaba su propósito de visitar, se procedía a retirar las fundas y descubrir la sillería, orgullo de la casa. La sillería cumplía el doble papel de recibir las visitas y servir de pompa y ostentación. Como decían los romanos “ad pompam vel ostentationem”.    Los sofás modernos, han tomado el nombre de tresillos por el número de piezas que forman el conjunto mobiliario. Los estilos de las sillerías de nuestros antepasados  eran muchos, porque predominaba el estilo de la época o de un rey, y antes que la comodidad se buscaba alardear. Hoy  en los sofás modernos, lo que predomina no es el estilo sino el confort y el bienestar corporal. Carecen del sentido artesanal de los de antes, y se fabrican en serie como los automóviles. Hoy los jóvenes son los principales usuarios de este muebles, porque no soportan la incomodad. En sus casas se dejan caer sobre los mullidos sofás y se  repantigan y despatarran todo lo que pueden, con las piernas buscando  reposo en otro mueble o mesa centro. En las cercanías de los colegios e institutos,  se les puede observar, en el recreo, sentados o tirados en las aceras, incapaces de permanecer de pie durante unos minutos. En los bancos públicos no soportan la dureza de sus asientos y adoptan las posturas que mejor les pide el cuerpo. En los automóviles, estiran las piernas para apoyarlas en el salpicadero. No se adaptan a lo que hay. De esta generación se dice que han nacido cansados.

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