Este juego de palabras nos traslada
del tiempo viejo al tiempo nuevo, en relación con el progresivo consumo en la
alimentación humana. Asombra pensar, la cantidad y calidad de alimentos que
necesitamos en el tiempo actual, comparado con la menor cantidad con que
salíamos adelante en el pasado. Basta para ello, echar una mirada a los
supermercados, para ver como van sobrecargados los carros de la compra, esos
contenedores que solucionan nuestras necesidades alimenticias. El carro de la
venta ( he dicho bien), en la Jávea de los años 40, después de la guerra civil,
era el vehículo de tracción animal, es decir carro y macho, que nos acercaba y
suministraba los alimentos a pie de casa. El carro de la compra, (el de hoy) es
de tracción humana que nos lleva a localizar los mismos a pie de estantería.
Cuando los primeros pobladores-veraneantes se asientan en la Caleta del port,
Triana, El Montañar, Portichol y Calablanca (el resto, no estaba explotado), la
provisión de productos para la subsistencia, se hacía a través del reparto
domiciliario por medio de carros agrícolas. Del casco histórico y de Aduanas, salían
carros, mocarros, motocicletas,
bicicletas y rudimentarias furgonetas que ofrecían al veraneante, chalé por chalé, los productos necesarios
para el alimento. Carros, como el de
Toni “Bufa”, que tenía el huerto en El Rebaldí iban cargados de hortalizas y legumbres,
que principiando su itinerario en Triana y finalizando en el Arenal, iban
pregonando su mercancía. A su paso por los chalés, salían las criadas o
las señoras de la casa a la carretera
para hacer la compra. Cada tipo de género tenía su particular forma de
transporte. El pan, procedeía de los distintos hornos del pueblo, cuyo reparto
se realizaba en bicicleta por los matinales y ambulantes vendedores, como el
esforzado y servicial Francisco Bas, “L`alemá”, que adaptaba a la misma un
cajón repleto de pan, cuyo suministro llegaba hasta el Portichol. Tenía sus
clientes fijos, que esperaban a pie de carretera, el pan de cada día. El
hermano de éste, Batiste, se aplicaba al reparto de verduras en carromato, un
vehiculo desaparecido. Otro conocido vendedor de pan era “Sanroc”, que
distribuía el pan fabricado por Angelita Ortuño. El hielo en barras, de la fábrica de Miguel Crespo “El pelut” y
de Miguel Benavent, en Aduanas, y el pescado, lo servía Santacreu, en una “rubia”, un coche cuya particularidad
era que los laterales eran de madera. La carne, era la especialidad de Vicente
Marzal, “L`anguerino”, familia procedente del pueblo de Enguera, y asentada en
ésta villa, quien a golpe de pedal realizaba un largo recorrido a domicilio. La
leche, aparte de adquirirse en las propias vaquerías, era transportada
embotellada a domicilio. José Serrat, “El “Benissero”, fabricante de gaseosas y
limonadas hacia el reparto en furgoneta. Otro
repartidor habitual era Ambrosio Ferrer, que regentaba con su mujer un
horno-tienda, en Santo Cristo del Mar de Aduanas, y la venta ambulante la
realizaba en moto a la que adaptaba un remolque para la mercancía. Pepe “El
roig”, también de Aduanas, acoplaba a su moto una especie de sidecar para el
transporte de su género. El salazón, que tradicionalmente formaba parte de la alimentación
de las clases humildes y trabajadoras de Jávea, no tenía aceptación entre los
forasteros.
Mención especial merece el
pescado fresco, que llegaba al puerto al atardecer. Aquí los veraneantes, se
reservaban el entretenimiento de adquirirlo por si mismos en la pescadería del muelle (no se utilizaba
entonces el término de lonja). Los del Montañar y Triana, a media tarde,
después de sestear y merendar, se
acercaban en grupos de amigos o familiares, paseando, a la pescadería para
comprar el pescado recién desembarcado. Una vea verificada la subasta de los
distintos lotes de pescado, los comerciantes adjudicatarios de los mismos, se
instalaban en improvisados mostradores de madera para venderlo. Para postre y
como finalización, les diré, que uno de los dulces más exquisitos de la comarca,
hoy desplazado, era el arrope. El “Arrop”,
era una especie de confitura que se
obtiene cociendo con mosto varios frutos (entre ellos la calabaza) hasta que
aquel adquiere la consistencia de almíbar. Originario de Benigánim, sus
vendedores lo pregonaban a gritos “!arrop amb talladetes!” y lo portaban en
burros, en cuyas alforjas introducían las tinajas del apetitoso dulce. Cuando se quería expresar la dulzura de
carácter de una persona, se decía: “Es dolc, com l`arrop”.
Vicente Catalá Bover
Julio 2013
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