La agricultura es una de las
primeras y primordiales actividades económicas de los hombres y la única a
acaso verdaderamente esencial en la vida. La población de esta villa,
tradicionalmente ha dependido de la labranza o cultivo de la tierra, que le ha
proporcionado los recursos para la subsistencia. El invierno es tiempo de
preparación del campo, mediante la plantación, siembra, regadío y abono del
mismo. Llegado el verano, es tiempo de la recolección de los frutos. Este
momento se conoce ancestralmente como la “renda”, o sea el período desde junio
a septiembre, en donde el agricultor recoge el producto de su esfuerzo durante
todo el año. En el mes de junio, comienza la “renda”, que se identificaba con el dicho popular que
decía: “En juny, la roba lluny i la corbella a punt”, en clara alusión a
despojarse de la ropa y aplicarse a la siega del trigo. La fecha que cerraba la
“renda” se resumía con ésta otra cita: “En sant Miquel, tot a ràpel”. La
explicación de esta frase se encuentra en que en los campos, después de la
recolección o “collita”, quedaban restos o sobrantes agrícolas, que otros
aprovechaban y recogían en su beneficio, previa autorización o consentimiento
del dueño. Esta labor se conocía con el nombre de “espigolar”, que viene de
espiga, y significa coger las espigas que han quedado en un campo después de la
siega. La “renda” implicaba la salida o el éxodo de la población hacía el
campo, para instalarse en el mismo, y hacerse cargo de su producción. Esta actividad
se definía con la frase: “anarse a la casseta”. Eran lo mismo “anar a la
renda” que “anar a la casseta”. Ambos términos, hacían referencia a la recogida
de resultados, dicho en términos bursátiles. Entre el vecindario, se
comunicaban unos a otros, la marcha a
“la casseta”. En la villa de Jávea, como
región marítima templada, han existido variedad de cultivos, tanto en terrenos
de secano como en lugares aptos para las hortalizas. En el cultivo de secano (almendros,
olivos, algarrobos…), destacaba éste último, por la espectacular belleza de su
tronco y ramas tortuosas e irregulares, que alcanzaban una altura de 8 a 10
metros. Su producto, la algarroba era tan válido para la alimentación de
caballerías como para la fabricación de chocolates y otras aplicaciones
industriales. La influencia de los árabes durante su dominación en España,
permite pasar de cultivos de secano, a la feracidad de los cultivos de regadío,
en donde están comprendidos toda la variedad de plantas, desde las herbáceas
(garbanzos, lentejas, guisantes…), hasta las productoras de hortalizas
(melones, patatas, y tomates…). La “renda” finalizaba con el corte de la uva, operación
conocida como “tallar el raim” y su posterior paso por cañizos, sequeros y
riu-raus hasta transformarse en pasa, o
al “cup” para ser chafada y convertida en vino.
Si la “renda” tiene como fin el
resultado agrícola de la recolección, mirando al pasado, tuvo un protagonismo
histórico hace setenta y siete años, en la guerra civil española. Me explicaré.
Cuando estalló el alzamiento nacional en julio de 1936, muchas familias habían
abandonado ya el núcleo de población para trasladarse a la “casseta” y ocuparse
de la “collita”. Este hecho, supuso que muchas familias, intentando protegerse
de los peligros en que podía verse envuelta en aquellos revolucionarios tiempos,
permanecieron los tres años de contienda escondidos en el campo, a salvo de las
tropelías y persecuciones del Frente Popular. Uno de sus dirigentes, Joaquín
Mengual, (“Pardico), según relata Antonio Pons Guardiola en su libro Aquell poble, era un obrero frío,
calculador y cruel. Este individuo, dio rienda suelta de su odio hacia las
clases conservadoras del pueblo cometiendo una serie de desmanes, extorsiones y
ordenando el asesinato de sus conciudadanos por el simple hecho de vestir
corbata, lucir sombrero o ser simpatizante de la Iglesia. El “Pardico”, se
incautó de las mejores casas del pueblo para establecer en ellas sus comités, así
como para su acomodo personal o cárcel para sus perseguidos políticos. Una de
las familias, que la “renda” salvó del peligro de sus vidas, fue la que fuera mas tarde sacerdote de gran arraigo
y talla intelectual don Juan Ortolá Segarra. Huérfano de padre, su abuelo
materno se hizo cargo del mismo y se lo llevó con 11 años al campo. Allí estuvo
seguro, y aprendió las labores del campo, a falta de su escolarización. Si en la
“renda” normal se obtenía el alimento para un año, los que vivieron en la
“renda” durante la guerra, consiguieron asegurarse la vida.
Vicente Catalá Bover
Agosto de 2013
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