En cuestión de sanidad local, y
en concreto en la prestación de servicios para preservar la salud, hay que
reconocer que ésta villa siempre ha estado en niveles de deficiencia e
inferioridad, con respecto a Denia. Desde que Jávea era un “lugar o alquería”
de Denia en el siglo XIII, y después villa en 1612, por privilegio de Felipe
III, nunca hasta hoy, ha tenido este pueblo un sistema de protección sanitaria
acorde a sus necesidades. Siempre ha dependido y sigue dependiendo de su
capital comarcal. Vayamos a la historia. El número de médicos en Jávea en los
años 40 del siglo pasado, se reducía a tres. La villa en esa década contaba con
5.000 y pico de habitantes, y los profesionales que atendían la sanidad eran
tres, D. Jaime Martí, casado, sin hijos, tenía su domicilio en la calle
Canónigo Pajarón (hoy Roques), D. José Ferrándiz Buráñez, también casado y sin hijos que tenía su casa y
consulta en la Avda. del Caudillo (hoy Alicante), y D. José Bover Dotres (tío abuelo
materno mío), casado y con una hija llamada Catalina, que tenía su hogar y
consultorio en la misma avenida, a escasos metros del anterior. En aquellos
años, recién terminada la guerra civil eran tiempos de penuria y necesidades y
no existían ambulatorios públicos. Años más tarde, sobre los 50-60, en la calle
D´Avall (antes Hermanos Cholbi), en donde en 1502 se construyó el primer
hospital, se creó un consultorio, (hoy Oficina técnica del Ayuntamiento)
atendido por los médicos titulares D. Salvador Barber Part y D. Rafael Peiró
Fayos. Fue el primer consultorio público de carácter municipal. Más tarde, a
finales del siglo pasado se creó el actual ambulatorio en la plaza de la Constitución y hace cinco años se abrió el de Aduanas del
Mar. Hay que decir sin miedo a errar que desde siempre, en el campo de la
atención sanitaria Jávea ha estado muy atrasada y sigue estándolo con respecto
a la vecina Denia. Esta, siempre ha gozado de consultorios, clínicas y
hospitales, con sus correspondientes plantillas de especialistas y personal
sanitario de la que se ha beneficiado y se sigue beneficiándose Jávea. Por
mucha rivalidad histórica con Denia, ésta
nos supera largamente en éste ramo. En mi niñez y adolescencia, en donde no se
conocían las diversiones de las maquinitas tecnológicas de hoy, nuestros juegos
consistían en brincos, revolcones y porrazos, cuyos riesgos y peligros
comportaban la rotura de brazos, piernas o manos, y su final eran las clínicas
de Denia. Pero, este panorama que viene del pasado, subsiste hoy día. Sin ir
más lejos hace dos años, en 2011, conocí el caso, que para detectar un esguince
de pie producido por una caída, el servicio de urgencias del actual ambulatorio
no disponía de aparatos de radiología para examinar el alcance de la lesión,
por lo que el paciente tuvo que acudir por sus propios medios al servicio de
traumatología de un hospital de Denia. Volviendo a los 40 de Jávea, estos tres
médicos D. Jaime Martí, D. José Ferrándiz y D. José Bover, ejercían la medicina
a través del sistema de igualas, con lo que se aseguraban la base de sus
beneficios económicos. La iguala, (antecedente de la actual póliza de
asistencia contratada con una aseguradora médica), consistía en una especie de
contrato entre el cliente y el médico, en virtud del cual este último se
obligaba mediante el pago de una cantidad fija de dinero al año, a prestar
asistencia al enfermo. El médico se aseguraba un sueldo y el paciente tenía
cubierta su atención facultativa. Aquel
se obligaba a atender al enfermo tanto en la consulta particular como en el
domicilio de éste. En éste último caso el médico acudía a la casa a pie, pues ninguno
de ellos tenía coche. Para desplazamientos fuera del núcleo urbano se valían de
la “flota” de los dos taxis existentes en servicio: el pequeño Fiat de Vicent
Miralles, “El pedreguero”, que contrastaba con la gordura de su conductor, y el
de Vallés, “El borruguero”, más grande que el anterior. Después, se incorporó Pascual
Codina, con un taxi provisto de banquetas supletorias entre los asientos. Al
médico que más traté en mi etapa estudiantil, fue a mi tío-abuelo Pepe Bover, Este, era de carácter abierto, campechano e
impulsivo. Recuerdo que un día fue requerido por su hermana María, que vivía en
el carrer de Gual y al preguntarle : “A vore, que tens”, y ésta le contestó: “Mira Pepe, m`agachat y ha
sentit un esclafit en el llom”, a lo que su hermano, sin prestarle importancia,
le contestó de sopetón: “¿no será que t´auras tirat un pet?”.
Vicente Catalá Bover
Agosto 2013
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