jueves, 7 de febrero de 2013

EL FIELATO


El Fielato era una oficina municipal que se encargaba de supervisar el tráfico de mercancías entre municipios, y su función era cobrar los impuestos sobre algunos artículos de uso y consumo alimenticio. Este impuesto, obligatorio en toda España, se creó a mediados del siglo XIX y estuvo vigente hasta los años 60. El servicio de recaudación de dicho impuesto no lo desempeñaba directamente el ayuntamiento, sino que éste mediante concurso público, adjudicaba la gestión al mejor postor. El vecino del pueblo que siempre concursaba para ocuparse de la cobranza del impuesto era Vicente Marzal, “L´anguerino”, que desempeñó durante muchos años el cargo. El Fielato, obligatoriamente tenía que estar situado en la entrada de las ciudades y pueblos, para el control de los productos sometidos al pago del impuesto, y sus empleados eran conocidos como “los consumeros”. En cuanto al emplazamiento del Fielato, hay que tener en cuenta que desde 1306  hasta 1873 Jávea  estuvo rodeada de murallas para defensa de la población, y disponía de cuatro puertas, a saber: al Norte estaba el portal Nou; al Sur el portal del Clot o San Jaime; al Este, la puerta del Mar, y al Oeste, el portal de la Ferrería o de S. Vicente, que constituía la única entrada y salida oficial de la población. En ese lugar convergían  dos carreteras de acceso y salida del pueblo: la de Gata de Gorgos y la de Denia por Jesús Pobre. La carretera de Denia por el puerto del cabo de San  Antonio se construyó años más tarde. Así pues, el  Fielato se estableció  en la puerta de la Ferrería o de S. Vicente, y estaba junto a la actual rotonda o glorieta de “la olivera”. En este lugar,  existía un barranco, cuya continuación es el actual “barranquet del Freginal” (recientemente cubierto). Para salvar el barranco se habían construido tres puentes; uno de los puentes era utilizado para tomar la carretera de Gata o para entrar procedente de allí. El otro puente se utilizaba para ir a Denia o volver de la misma, y el tercero, que cruzaba el barranco, era conocido como el  “pont de Juanito”, (que así se llamaba el suegro de Tena), y que conducía a la finca  de éste último, y al Colomer. El Fielato estaba pues, junto al puente de la carretera hacia Gata, al principio de la actual calle Dr. Borrull, a la derecha, según se entra. La oficina del Fielato, que controlaba la producción sujeta al impuesto de usos y consumos, era prácticamente todo aquello que procedía del trabajo de campo, es decir: cereales, aceitunas, vid, algarrobas…etc. Una vez que estas producciones entraban en la población para ser transformadas en harina, aceite y vino, se tomaba nota de la cantidad, y las mismas iban destinadas a los molinos, almazaras y “cups” (donde se apisonaba la uva), para su transformación en harina, aceite y vino. Alrededor del Fielato, en las calles S. Vicente y La fuente, había almazaras de aceite y “ cups” , uno de las cuales pertenecía a Quico Marí. En la Ronda Sur estaba la almazara de Gaspar Buigues “el cabiscol”, y en la partida Soberana estaban las de Quero y Bolufer, que también tenia otra  junto a su huerto, enclavado entre el Camí del riu Gorgos y el Camí vell de La Fontana. Una vez conseguida la transformación de los productos agrícolas, el empleado correspondiente de ésta oficina recaudatoria comprobaba la cantidad y peso de los mismos y extendía el oportuno mandamiento de pago para ser satisfecho por el agricultor obligado al pago. Cuando alguien entraba cerdos, corderos…etc., una vez sacrificados, los empleados del Fielato se encargaban de controlar el peso de la carne aprovechable para aplicar la correspondiente tarifa. El más popular en esta especialidad era un tal Cristófol, de la calle Nazareno. Entre los recuerdos que guardo del Fielato, diré que los vecinos de Jávea que viajaban a Valencia en el autobús de Venturo, para resolver cuestiones de su interés (nunca lo hacían en Alicante), al llegar a la entrada de la capital, el autobús efectuaba una parada en la Cruz Cubierta (la cruz de término municipal), en donde existía un Fielato. Subía un  “consumero” al autobús, y al grito de: ¿algo que declarar?, algunas mujeres cargadas de bultos y cestas de mimbre, abrían las mismas para declarar aquello tan deseado y codiciado en esa época de escasez, como gallinas, conejos, pichones…que traían para obsequiar a familiares y amistades. Una  vez extendido el correspondiente boletín, se pagaba, y se continuaba viaje. ¡Que tiempos de ayer, de registros de gallinas y conejos… tan diferentes a los conflictivos registros de hoy!

 

                                               Vicente Catalá Bover                     
                                                Septiembre 2012

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