El Fielato era una oficina
municipal que se encargaba de supervisar el tráfico de mercancías entre
municipios, y su función era cobrar los impuestos sobre algunos artículos de
uso y consumo alimenticio. Este impuesto, obligatorio en toda España, se creó a
mediados del siglo XIX y estuvo vigente hasta los años 60. El servicio de
recaudación de dicho impuesto no lo desempeñaba directamente el ayuntamiento,
sino que éste mediante concurso público, adjudicaba la gestión al mejor postor.
El vecino del pueblo que siempre concursaba para ocuparse de la cobranza del
impuesto era Vicente Marzal, “L´anguerino”, que desempeñó durante muchos años
el cargo. El Fielato, obligatoriamente tenía que estar situado en la entrada de
las ciudades y pueblos, para el control de los productos sometidos al pago del
impuesto, y sus empleados eran conocidos como “los consumeros”. En cuanto al
emplazamiento del Fielato, hay que tener en cuenta que desde 1306 hasta 1873 Jávea estuvo rodeada de murallas para defensa de la
población, y disponía de cuatro puertas, a saber: al Norte estaba el portal Nou;
al Sur el portal del Clot o San Jaime; al Este, la puerta del Mar, y al Oeste,
el portal de la Ferrería o de S. Vicente, que constituía la única entrada y
salida oficial de la población. En ese lugar convergían dos carreteras de acceso y salida del pueblo:
la de Gata de Gorgos y la de Denia por Jesús Pobre. La carretera de Denia por
el puerto del cabo de San Antonio se
construyó años más tarde. Así pues, el
Fielato se estableció en la
puerta de la Ferrería o de S. Vicente, y estaba junto a la actual rotonda o
glorieta de “la olivera”. En este lugar,
existía un barranco, cuya continuación es el actual “barranquet del
Freginal” (recientemente cubierto). Para salvar el barranco se habían
construido tres puentes; uno de los puentes era utilizado para tomar la
carretera de Gata o para entrar procedente de allí. El otro puente se utilizaba
para ir a Denia o volver de la misma, y el tercero, que cruzaba el barranco, era
conocido como el “pont de Juanito”, (que
así se llamaba el suegro de Tena), y que conducía a la finca de éste último, y al Colomer. El Fielato
estaba pues, junto al puente de la carretera hacia Gata, al principio de la actual
calle Dr. Borrull, a la derecha, según se entra. La oficina del Fielato, que controlaba
la producción sujeta al impuesto de usos y consumos, era prácticamente todo
aquello que procedía del trabajo de campo, es decir: cereales, aceitunas, vid,
algarrobas…etc. Una vez que estas producciones entraban en la población para
ser transformadas en harina, aceite y vino, se tomaba nota de la cantidad, y
las mismas iban destinadas a los molinos, almazaras y “cups” (donde se
apisonaba la uva), para su transformación en harina, aceite y vino. Alrededor
del Fielato, en las calles S. Vicente y La fuente, había almazaras de aceite y
“ cups” , uno de las cuales pertenecía a Quico Marí. En la Ronda Sur estaba la
almazara de Gaspar Buigues “el cabiscol”, y en la partida Soberana estaban las
de Quero y Bolufer, que también tenia otra junto a su huerto, enclavado entre el Camí del
riu Gorgos y el Camí vell de La Fontana. Una vez conseguida la transformación
de los productos agrícolas, el empleado correspondiente de ésta oficina
recaudatoria comprobaba la cantidad y peso de los mismos y extendía el oportuno
mandamiento de pago para ser satisfecho por el agricultor obligado al pago. Cuando
alguien entraba cerdos, corderos…etc., una vez sacrificados, los empleados del
Fielato se encargaban de controlar el peso de la carne aprovechable para
aplicar la correspondiente tarifa. El más popular en esta especialidad era un
tal Cristófol, de la calle Nazareno. Entre los recuerdos que guardo del
Fielato, diré que los vecinos de Jávea que viajaban a Valencia en el autobús de
Venturo, para resolver cuestiones de su interés (nunca lo hacían en Alicante),
al llegar a la entrada de la capital, el autobús efectuaba una parada en la Cruz
Cubierta (la cruz de término municipal), en donde existía un Fielato. Subía un “consumero” al autobús, y al grito de: ¿algo
que declarar?, algunas mujeres cargadas de bultos y cestas de mimbre, abrían
las mismas para declarar aquello tan deseado y codiciado en esa época de escasez,
como gallinas, conejos, pichones…que traían para obsequiar a familiares y
amistades. Una vez extendido el correspondiente
boletín, se pagaba, y se continuaba viaje. ¡Que tiempos de ayer, de registros
de gallinas y conejos… tan diferentes a los conflictivos registros de hoy!
Vicente
Catalá Bover
Septiembre 2012
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