Una de las cuestiones que más
preocupan a la sociedad, es la actuación de los políticos, esas personas de
cuya habilidad y como representantes de todos, esperamos que nos gobiernen
pensando en el logro del bien común. Esa es en teoría la misión de los
políticos y la aspiración de todo ciudadano. La política es una actividad
humana sujeta a estudio y crítica. Al estudio de la política se dedicó el
filósofo griego Platón (427-347
a . J.C.), el cual llegó a la conclusión de que la responsabilidad del político exige
una educación especial, aquella que conduce al hombre al conocimiento de la
realidad ideal y al verdadero bien. Hoy quiero presentar a los lectores una
fábula, un relato de imaginación (que encubre una verdad), del escritor de Monear,
José Martínez Ruíz, Azorín (1873-1967),
sobre el origen de los políticos. Por su interés lo reproduzco: “Cuando la
especie humana hubo acabado de salir de las manos de Dios, vivió durante unos
cuantos años contenta y satisfecha. Dios también estaba contento. Decididamente
–-pensaba- he hecho una gran obra. Mis criaturas son felices, les he dado la
belleza, el amor y la audacia, y por encima de todo, como don supremo, he
puesto en sus cerebros la inteligencia. Estas criaturas, sin embargo gozaron
breve tiempo de la dicha. Poco a poco se fueron tornando tristes. La tierra se
convirtió en un lugar de amargura. Unos se desesperaban, otros se volvían
locos, otros llegaban hasta quitarse la vida. Y todos convenían en que el
origen de sus males era la inteligencia, que por medio de la observación y el
autoanálisis les mostraba su insignificancia en el universo y les hacía sentir
la inutilidad de la existencia en esta ciega y perdurable corriente de las
cosas. Entonces estas desdichadas criaturas se presentaron a Dios para pedirle
que les quitase la inteligencia. Dios, como es natural, se quedó estupefacto
ante tal embajada… pero acabó por rendirse a las súplicas de los hombres. -Yo,
hijos míos –les dijo-, no quiero que padezcáis sinsabores por mi causa; pero,
por otra parte no quiero quitaros tampoco la inteligencia porque sé que no
tardaríais en pedírmela otra vez. Además, entre vosotros no todos opinan de la
misma manera; hay algunos a quienes les
parece bien la inteligencia; hay otros a quienes no les ha alcanzado ni una
chispita en el reparto y quisieran tenerla. En fin, es tal la confusión, que
para evitar injusticias, vamos a hacer las cosas de modo que todos quedéis
contentos. Hasta ahora la inteligencia la llevabais forzosamente en la cabeza,
sin poder separaros de ella. Pues bien; de aquí en adelante, el que quiera
podrá dejarla guardada en casa para volverla a sacar cuando le plazca. Dicho
esto, el buen Dios despidió… a sus hijos, que marcharon contentos. Cuando
volvieron a sus casas se apresuraron a guardar cuidadosamente la inteligencia
en los armarios y en los cajones. Sin embargo, había algunos hombres que la
llevaban siempre en la cabeza; éstos eran unos hombres soberbios y ridículos
que querían saberlo todo. Había otros que la sacaban de cuando en cuando, por
capricho o para que no se enmoheciese. Y había, finalmente otros que no la
sacaban nunca. Estos pobres hombres no la sacaban porque jamás la tuvieron;
pero ellos se aprovecharon de la ordenanza divina para fingir que la tenían. Así,
cuando les preguntaban en la calle por ella, respondían ingenuos y sonrientes:
“¡Ah! La tengo muy bien guardada en casa.” Esta sencillez y ésta modestia
encantaron a las gentes. Y las gentes llamaron a estos hombres los políticos, que es lo mismo que hombres
urbanos y corteses. Y poco a poco estos hombres fueron ganando la simpatía y la
confianza de todos, y en sus manos se confiaron los más arduos negocios
humanos; es decir, la dirección y gobierno de las naciones. Así transcurrieron
muchos siglos. Y como al fin todo se descubre, las gentes cayeron en la cuenta
de que estos buenos hombres no llevaban la inteligencia en la cabeza ni la
tenían guardada en casa. Y entonces pidieron que se restableciese el uso
antiguo. Pero era ya tarde; la tradición estaba creada; el perjuicio se había
consolidado. Y los políticos llenaban los parlamentos y los ministerios”. Hasta
aquí, la ficción. Azorín, fue
diputado, y Subsecretario del Ministerio
de Instrucción pública, por poco tiempo. Lo suyo era la literatura
Vicente Catalá
Octubre 2013