jueves, 19 de marzo de 2020

AZORIN Y SU OPINION DE LOS POLITICOS


              Una de las cuestiones que más preocupan a la sociedad, es la actuación de los políticos, esas personas de cuya habilidad y como representantes de todos, esperamos que nos gobiernen pensando en el logro del bien común. Esa es en teoría la misión de los políticos y la aspiración de todo ciudadano. La política es una actividad humana sujeta a estudio y crítica. Al estudio de la política se dedicó el filósofo griego Platón (427-347 a. J.C.), el cual llegó a la conclusión  de que la responsabilidad del político exige una educación especial, aquella que conduce al hombre al conocimiento de la realidad ideal y al verdadero bien. Hoy quiero presentar a los lectores una fábula, un relato de imaginación (que encubre una verdad), del escritor de Monear, José Martínez Ruíz, Azorín (1873-1967), sobre el origen de los políticos. Por su interés lo reproduzco: “Cuando la especie humana hubo acabado de salir de las manos de Dios, vivió durante unos cuantos años contenta y satisfecha. Dios también estaba contento. Decididamente –-pensaba- he hecho una gran obra. Mis criaturas son felices, les he dado la belleza, el amor y la audacia, y por encima de todo, como don supremo, he puesto en sus cerebros la inteligencia. Estas criaturas, sin embargo gozaron breve tiempo de la dicha. Poco a poco se fueron tornando tristes. La tierra se convirtió en un lugar de amargura. Unos se desesperaban, otros se volvían locos, otros llegaban hasta quitarse la vida. Y todos convenían en que el origen de sus males era la inteligencia, que por medio de la observación y el autoanálisis les mostraba su insignificancia en el universo y les hacía sentir la inutilidad de la existencia en esta ciega y perdurable corriente de las cosas. Entonces estas desdichadas criaturas se presentaron a Dios para pedirle que les quitase la inteligencia. Dios, como es natural, se quedó estupefacto ante tal embajada… pero acabó por rendirse a las súplicas de los hombres. -Yo, hijos míos –les dijo-, no quiero que padezcáis sinsabores por mi causa; pero, por otra parte no quiero quitaros tampoco la inteligencia porque sé que no tardaríais en pedírmela otra vez. Además, entre vosotros no todos opinan de la misma manera;  hay algunos a quienes les parece bien la inteligencia; hay otros a quienes no les ha alcanzado ni una chispita en el reparto y quisieran tenerla. En fin, es tal la confusión, que para evitar injusticias, vamos a hacer las cosas de modo que todos quedéis contentos. Hasta ahora la inteligencia la llevabais forzosamente en la cabeza, sin poder separaros de ella. Pues bien; de aquí en adelante, el que quiera podrá dejarla guardada en casa para volverla a sacar cuando le plazca. Dicho esto, el buen Dios despidió… a sus hijos, que marcharon contentos. Cuando volvieron a sus casas se apresuraron a guardar cuidadosamente la inteligencia en los armarios y en los cajones. Sin embargo, había algunos hombres que la llevaban siempre en la cabeza; éstos eran unos hombres soberbios y ridículos que querían saberlo todo. Había otros que la sacaban de cuando en cuando, por capricho o para que no se enmoheciese. Y había, finalmente otros que no la sacaban nunca. Estos pobres hombres no la sacaban porque jamás la tuvieron; pero ellos se aprovecharon de la ordenanza divina para fingir que la tenían. Así, cuando les preguntaban en la calle por ella, respondían ingenuos y sonrientes: “¡Ah! La tengo muy bien guardada en casa.” Esta sencillez y ésta modestia encantaron a las gentes. Y las gentes llamaron a estos hombres los políticos, que es lo mismo que hombres urbanos y corteses. Y poco a poco estos hombres fueron ganando la simpatía y la confianza de todos, y en sus manos se confiaron los más arduos negocios humanos; es decir, la dirección y gobierno de las naciones. Así transcurrieron muchos siglos. Y como al fin todo se descubre, las gentes cayeron en la cuenta de que estos buenos hombres no llevaban la inteligencia en la cabeza ni la tenían guardada en casa. Y entonces pidieron que se restableciese el uso antiguo. Pero era ya tarde; la tradición estaba creada; el perjuicio se había consolidado. Y los políticos llenaban los parlamentos y los ministerios”. Hasta aquí, la ficción. Azorín, fue diputado, y  Subsecretario del Ministerio de Instrucción pública, por poco tiempo. Lo suyo era la literatura

Vicente Catalá 
Octubre 2013

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