Contar es una capacidad que el
ser humano lleva consigo mismo desde que nace, y forma parte de su
personalidad. Esta facultad se desarrolla desde nuestra más corta edad.
Aprendemos a contar porque nuestros padres, nos lo inculcaron desde la cuna. El
padre, la madre y, hoy los abuelos, empleaban la táctica del cuento para entretenernos
y para dormirnos en la cama. El escuchar cuentos tiene el efecto de hacer dormir,
igual que un discurso o sermón soporíferos. El niño acababa siempre dormido
antes del que el cuento acabe. Los niños a base de la ración de cuento diario,
se los aprenden y los memorizan para la posterioridad, para cuando tengan que
hacer la función de de progenitores. El instinto y la capacidad de imitación
del niño es tan fuerte que cuando las niñas juegan a “papás y mamás”, éstas “duermen”
a sus muñecas contándoles los cuentos aprendidos
de su madre. Lo mismo les pasa cuando oyen a sus mayores un chiste. El niño
tiene una gran facilidad de asimilar las cosas y conocimientos que se ponen a
su alcance, para luego imitarlas y exteriorizarlas a los demás (véase su
facultad instintiva de aprender el
manejo de los complicados artilugios informáticos
actuales). Sin embargo, no hay nada peor que un buen chiste contado por un niño
de corta edad. Su personalidad aún no está lo suficientemente desarrollada para
darle la entonación, matización y la gracia para que produzca el efecto de la
risa. Un chiste bueno contado por un patoso, se transforma en malo, y al revés
uno malo se hace bueno contado por alguien que le ponga su pizca cómica. Esto
de contar cuentos, e historias es una
práctica que se adquiere en la niñez, y se desarrolla con la edad, en la que se
aprende a mentir y contar bulos y calumnias. Por eso se dice que el niño no
miente porque aún está dotado de inocencia y no ha desarrollado los malos
instintos de que está dotada la naturaleza humana. El niño al crecer e ir a la
escuela o al colegio, ya no está para que le vengan con cuentos. Ahora aprende matemáticas
y otras materias que le sirvan para labrarse un porvenir. En mis tiempo se
aprendía urbanidad, que era la “ciencia” de saberse comportar con educación en
sociedad y en familia. En los años 40-50, a falta de entretenimientos como la televisión
o el móvil como ahora, nos entreteníamos
contando los reyes godos y las
alineaciones de los equipos de fútbol. Saberse de carrerilla los treinta y tres
reyes del reino visigodo, desde Ataulfo hasta Don Rodrigo era una machada
sabérselos y una gozada contarlos. Así como hoy solo se habla del F.C.
Barcelona y del Real Madrid, el equipo preferido de la juventud era el Athletic
Club Bilbao, equipo en el que se identificaba el coraje y bravura de la raza
hispana (los leones). Recuerdo aquella alineación compuesta por Carmelo en la
portería, Orue, Garay y Canito en la defensa, Mauri y Maguregui en la media, e
Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza en la delantera. La táctica, eran
tres defensa, dos medios y cinco delanteros. También era inolvidable la “delantera eléctrica”
del Valencia de los años 40, formada por Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostizaa.
También recitábamos aquello de “Con diez
cañones por banda/ viento en popa, a toda vela,/ no corta el mar, sino vuela,/
un velero bergantín”, …de Espronceda. Eran tiempos de cuentos, y de contar lo
aprendido, fueran reyes, futbolistas o poemas. Cuando ya éramos creciditos y
los padres no estaban para cuentos nos enseñaron que la mejor forma de combatir
el insomnio y conciliar el sueño en la cama era contar ovejas o borregos, uno
por uno, hasta que la monotonía nos vencía y caíamos dormidos. Era el remedio
casero y no se conocía otra cosa. Hoy ha
cambiado la terapia y se conoce un nuevo método de acabar aburrido y rendido en
la cama. Produce algo de repugnancia, pero es eficaz. El nuevo remedio consiste
contar los corruptos producidos por la clase dirigente política, empresarial y
banquera. Hay tantos como borregos y el sueño está asegurado. Así como los
borregos están en el corral o en el campo, los corruptos (¡presuntos!) están en
el banquillo o en la prisión. Para contar corruptos hay que ir caso por caso.
Por ejemplo, el caso Malaya, con la Pantoja y el Julián Muñoz.
El caso Nóos, con Urdangarin y Diego Torres. El caso Campeón,
con el ex ministro José Blanco (“Pepiño”), el caso Gürtel, en donde hay un buen rebaño, igual que en el caso Brugal cuya cosecha de corruptos es
frondosa. Corruptos no le faltarán para coger el sueño. La lista no parece
tener fin. ¡Contar corruptos! hasta que el
aburrimiento acabe con el insomnio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario