sábado, 20 de octubre de 2012

EL CARÁCTER IDENTIFICADOR DEL APODO

 
Hace algún tiempo publiqué en estas páginas un artículo titulado “El “malnom” (apodo, mote)” y hoy quiero ofrecerles una experiencia curiosa sobre el uso del apodo en éste pueblo. Entendemos por apodo el nombre que suele aplicarse a determinadas personas, tomándolo de sus defectos físicos o de alguna otra circunstancia. Normalmente y por ley las personas se conocen y se identifican  por un nombre y dos apellidos, correspondientes el primero al padre y el segundo a la madre, y que constan en el Registro civil, a cargo del Juzgado. Hoy, a través de una reforma legislativa, se permite imponer al nacido la inversión de los apellidos paterno y materno.

Desde tiempos inmemoriales, y en las  sociedades tanto urbanas como rurales, el uso del apodo ha estado muy popularizado y arraigado,  pero más en éstas últimas, debido entre otras causas, a un mayor acercamiento e intimidad entre los vecinos de éstas comunidades, lejos de las aglomeraciones de las grandes urbes, donde el distanciamiento entre sus habitantes es notorio y normal.

En los núcleos de población pequeños,  los vecinos de los mismos se conocen más por el mote o “malnom” que por su nombre y apellidos correctos. Normalmente cuando una persona del pueblo es conocida por un apodo, éste recuerda e identifica a las generaciones anteriores, ya que el “malnom” se transmite de padres a hijos en .línea descendente. El apodo permanece estable a través de los tiempos, y la mayoría de vecinos se guían y orientan por el apodo de esa persona, ignorando en muchos casos el nombre y apellidos de la misma aún conociéndose toda la vida, e incluso siendo vecinos.

Como el apodo no es elegido por el interesado, sino por el entorno social en que se desenvuelve el mismo, hay distintos grados de aceptación del “malnom” impuesto al individuo... A unos les encanta y se sienten orgullosos de llevarlo porque entre otras razones, perciben y sienten el recuerdo nostálgico de sus queridos antepasados. Es el caso de los “sabata”, “pelut”, “chirivita” “pachanca”, “chispa” “sarró” “pipa”“neveter” “sanroc” “gallo”… y cientos mas. A otros les resulta indiferente y no muestran gran satisfacción cuando son reconocidos y nombrados por su mote. Finalmente existe el grupo de familias que se sienten molestos cuando se les recuerda su “malnom”. Otros, sin embargo lamentan que su apodo se haya perdido u olvidado, como es mi caso, pues mis antepasados eran conocidos como “Gostinets”. En general puede decirse que el “malnom” es gratificante y satisfactorio para el titular de ese mote.

Quiero contarles una experiencia, provocada por mí, para comprobar la efectividad del “malnom” como elemento identificador de las personas. Hace unos días estábamos reunidos en uno de los bares del mercado municipal, tres “viejos” amigos comprendidos entre los 75 y los 85 años y un servidor. Los tres amigos se conocen a través de sus largas  vidas y yo les conozco a esos tres por sus nombres, apellidos y motes. La prueba consistía en que yo diría el nombre completo de cada una de las tres personas (que estábamos reunidos, a los que previamente había pedido silencio hasta que terminara el juego). Pronuncié, como he dicho, uno por uno los nombres de los tres reunidos, y ninguno de ellos (excepto el interesado, claro está) me supo decir quienes eran los otros dos nombrados, añadiendo que por esos nombres “no caían” en ese momento quienes eran los citados por mí. La solución era la siguiente: los reunidos eran Francisco Bas Gisbert, “L`alemá” (panadero), Francisco Devesa Pascual “Carrasco” (hostelero) y Francisco Diego Vives, “Mosensol” (pelotari). Estos personajes, se conocen entre ellos y son populares, y a pesar de verse y tratarse con cierta frecuencia fueron incapaces de identificarse y “conocerse” por sus apellidos (que siguen desconociendo) y solo se conocen por el mote, ¿curioso, verdad? Conocidos por el apodo, y desconocidos por los apellidos. He ahí la fuerza identificadora del “malnom”.

                                           Vicente Catalá Bover
                                           Septiembre 2012

 

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