Desde tiempos inmemoriales, y
en las sociedades tanto urbanas como
rurales, el uso del apodo ha estado muy popularizado y arraigado, pero más en éstas últimas, debido entre otras
causas, a un mayor acercamiento e intimidad entre los vecinos de éstas
comunidades, lejos de las aglomeraciones de las grandes urbes, donde el
distanciamiento entre sus habitantes es notorio y normal.
En los núcleos de población
pequeños, los vecinos de los mismos se
conocen más por el mote o “malnom” que por su nombre y apellidos correctos.
Normalmente cuando una persona del pueblo es conocida por un apodo, éste recuerda
e identifica a las generaciones anteriores, ya que el “malnom” se transmite de
padres a hijos en .línea descendente. El apodo permanece estable a través de
los tiempos, y la mayoría de vecinos se guían y orientan por el apodo de esa persona,
ignorando en muchos casos el nombre y apellidos de la misma aún conociéndose
toda la vida, e incluso siendo vecinos.
Como el apodo no es elegido por
el interesado, sino por el entorno social en que se desenvuelve el mismo, hay distintos
grados de aceptación del “malnom” impuesto al individuo... A unos les encanta y
se sienten orgullosos de llevarlo porque entre otras razones, perciben y sienten
el recuerdo nostálgico de sus queridos antepasados. Es el caso de los “sabata”,
“pelut”, “chirivita” “pachanca”, “chispa” “sarró” “pipa”“neveter” “sanroc”
“gallo”… y cientos mas. A otros les resulta indiferente y no muestran gran satisfacción
cuando son reconocidos y nombrados por su mote. Finalmente existe el grupo de
familias que se sienten molestos cuando se les recuerda su “malnom”. Otros, sin
embargo lamentan que su apodo se haya perdido u olvidado, como es mi caso, pues
mis antepasados eran conocidos como “Gostinets”. En general puede decirse que
el “malnom” es gratificante y satisfactorio para el titular de ese mote.
Quiero contarles una
experiencia, provocada por mí, para comprobar la efectividad del “malnom” como
elemento identificador de las personas. Hace unos días estábamos reunidos en
uno de los bares del mercado municipal, tres “viejos” amigos comprendidos entre
los 75 y los 85 años y un servidor. Los tres amigos se conocen a través de sus
largas vidas y yo les conozco a esos
tres por sus nombres, apellidos y motes. La prueba consistía en que yo diría el
nombre completo de cada una de las tres personas (que estábamos reunidos, a los
que previamente había pedido silencio hasta que terminara el juego). Pronuncié,
como he dicho, uno por uno los nombres de los tres reunidos, y ninguno de ellos
(excepto el interesado, claro está) me supo decir quienes eran los otros dos
nombrados, añadiendo que por esos nombres “no caían” en ese momento quienes
eran los citados por mí. La solución era la siguiente: los reunidos eran
Francisco Bas Gisbert, “L`alemá” (panadero), Francisco Devesa Pascual “Carrasco”
(hostelero) y Francisco Diego Vives, “Mosensol” (pelotari). Estos personajes, se
conocen entre ellos y son populares, y a pesar de verse y tratarse con cierta
frecuencia fueron incapaces de identificarse y “conocerse” por sus apellidos
(que siguen desconociendo) y solo se conocen por el mote, ¿curioso, verdad?
Conocidos por el apodo, y desconocidos por los apellidos. He ahí la fuerza
identificadora del “malnom”.
Vicente Catalá Bover
Septiembre 2012
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