Hace unas semanas, estuve hablando
en Aduanas del Mar, con dos mujeres de conocido arraigo popular, cuyas familias
han venido arrastrando desde sus antepasados un “malnom”, mote o apodo, que el
desuso y el olvido han dejado fuera de la comunicación verbal, y se lamentaban
de haber perdido ese dato o signo de identidad. Esta conversación me ha llevado
a hacer unas reflexiones sobre el uso del “malnom”.
El “malnom”, (en castellano, apodo o
mote), es un nombre que se aplica a otro nombre, formando un sobrenombre. Es un
nombre que suele aplicarse a determinadas personas, tomándolo de sus defectos
corporales, de un oficio o de alguna circunstancia especial de esa persona.
Según el Código civil, el nacimiento
determina la personalidad, y esa personalidad queda acreditada ante la sociedad
por la imposición de un nombre en el Registro civil. La personalidad está
integrada por un conjunto de cualidades, sentimientos y tendencias, las cuales
inducen o invitan a la gente a atribuir el apodo a esa persona. Así, por
ejemplo, “Sabata”, hace referencia al zapato, “Rull”, al pelo rizado,
“Neveter”, al recogedor de nieve…etc. Es decir, el primer nombre con sus
apellidos, lo impone la ley; el segundo nombre, el “malnom” o apodo lo impone
la sociedad, con mayor o menor acierto y por supuesto con mayor o menor
aceptación por parte de la persona “bautizada” o afectada para toda su vida.
En los núcleos urbanos
pequeños, y poblaciones en donde todos
los vecinos se conocen, los apodos resultan muy eficaces para la identificación
y localización de las personas. Es más, a veces en pueblos de un respetable
número de habitantes, los apellidos más corrientes se repiten y se ramifican
entre muchas familias. Aquí en Jávea, ocurre con los Sapena, Bas, Buigues,
Bisquert, Torres, Mata, Bolufer… y otros. Todas estas familias tienen distintas
ramas y para localizar a cualquier individuo de ellas, es más fácil su
identificación a través del apodo, ahorrándose de ésta manera explicaciones y
evitando la necesidad de subirse al árbol genealógico familiar.
Los que han venido aceptando y
asimilando de buen talante el apodo familiar heredado de sus antepasados, se
sienten satisfechos con esa forma de identificación. Ese “malnom” transmitido de
generación en generación, va calando en la persona y acaba convirtiéndose en
circunstancia entrañable y nostálgica.
Hoy, en los tiempos modernos, con
los avances y la distinta forma de vivir y de relacionarse los vecinos de una
población, han determinado en parte el
desuso del apodo para identificar a
personas y familias. Al no utilizarse el apodo, éste acaba perdiéndose. Tengo
comprobado que en cuanto me encuentro con personas mayores, y me dirijo a ellas
haciendo uso del sobrenombre, noto en ellas cierta satisfacción al oír el apodo
que les han legado sus mayores. Esto es lo que me ha pasado, con éstas dos
mujeres, de que les he hablado al principio de estas líneas. Añoran sus apodos,
porque éstos forman parte de su familia.
Hay personas en el pueblo que son más conocidas
por su apodo que por sus apellidos. Mucha
gente a base de usar el apodo, se desentiende de éstos y llega un momento en
que tiene que pensar para acertar el apellido de esa persona. Los que se
conocen de forma superficial, solo conocen del otro el apodo y se les pone en
un aprieto si les preguntas por el apellido de la misma. A lo largo de la
historia local, han habido personajes populares, que por su gracia,
espontaneidad y otras manifestaciones personales se han hecho de querer y respetar.
Siento tentación de nombrarles, pero prescindo de dar sus apodos, por dos
razones: primero, porque puedo omitir a alguno, y en segundo lugar, porque el
mote no sea del agrado familiar.
No todos han acogido con
sereno consentimiento o conformidad el mote que les ha sido endosado y que han
tenido que soportar durante toda su vida, procurando que sus descendientes no
hereden el mismo. Estas familias, que nunca han aceptado el apodo, se ven
impulsadas al rechazo por tratarse de nombres denigrantes, infamantes o despectivos,
procedentes muchas veces de acciones indignas o vergonzosas.
Entonces, en estos casos, el tema se
convierte en algo sensible, delicado y por tanto resbaladizo, en donde es
fácil, y sin querer, cometer el desliz de molestar u ofender a la persona portadora
de ese mote. En estas circunstancias y ante casos de dudosa aceptación del
apodo hay que tener la habilidad de no incurrir en el error de mencionarlo.
Para terminar, una curiosidad.
Javea, siempre ha tenido dos núcleos de población claramente diferenciados; el
casco antiguo, de tradición agrícola, y Aduanas del Mar, de vocación pesquera.
Pues bien, las gentes del pueblo tienen sus “malnoms” y los marineros tienen
los suyos. Por el mote, se puede saber de donde procede esa persona.
Vicente Catala Bover
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