No se trata de hacer el idiota o
el indio, como vulgarmente se entiende ésta expresión coloquial. Pertenece a
épocas pasadas y se trataba de un juego infantil. El juego de “hacer el fantasma”,
a falta de otra cosa mejor, era una diversión que consistía en disfrazarse con una sábana blanca
y embadurnarse la cara de blanco para sorprender y causar miedo a los niños, a
través de una inesperada aparición. Lo característico y curioso de éste juego,
es que no lo disfrutaban los pequeños,
sino los mayores. Estos eran los verdaderos protagonistas, y los que se
divertían a costa del susto que se le infundía al niño. Este entretenimiento de antes, en que el miedo
era el principal elemento de la diversión, está presente en la fiesta de Halloween, que
significa “vispera de todos los santos” y se celebra cada 31 de octubre Es la
noche de las brujas y los fantasmas.El Halloween, es una fiesta asociada a los
muertos, las almas en pena, las brujas y los hechizos. Tuvo su origen en Irlanda y fueron los emigrantes irlandeses
los que la implantaron en los Estados Unidos y es el equivalente pagano a
nuestro día de Todos los Santos. Cuando se habla de Halloween, se piensa en
maquillajes, fiesta, dulces y niños. La
semana pasada les hablé en estas páginas del homenaje a nuestros difuntos, que
coincide en el calendario con el Halloween, arraigado últimamente en nuestra
sociedad, procedente de los países anglosajones. Ambas fiestas, , tienen el
mismo sentido. El Halloween se basaba en que los muertos y sus espíritus
volvían a la tierra, y para su mantenimiento, los cristianos primitivos iban
mendigando por los caminos “pasteles de difuntos”, que consistían en trozos de
pan con pasas. Cuantos más pasteles recibieran los mendigos, mayor sería el
número de oraciones que rezarían por el alma de esos difuntos. La fiesta de
Halloween tiene su manifestación en disfraces de esqueletos, calaveras, vampiros,
máscaras y todo aquello capaz de producir terror, y relacionado con la muerte.
Hoy, se suaviza con la presencia de niños que recogen dulces y golosinas, que
recuerda a los antiguos pedigüeños. Los niños son los principales protagonistas
de esta fiesta y no se inmutan de ver esas horrendas imagines asociadas con la
muerte. Sin embargo, a los niños de antes, una
sábana moviéndose en lugar solitario y por la noche, perturbaba y
angustiaba el ánimo. Hacer el fantasma
era un juego de mayores para niños, donde los primeros disfrutaban y estos padecían.
Esta diversión necesitaba espacio para
la “aparición” del fantasma. Se solía
hacer en el campo y por la noche, con la complicidad de las sombras nocturnas, o
en casas grandes, con “cambra”, que era
el “escondrijo” de donde salían los ruidos y los fantasmas. Curioso que éste juego practicado por mayores
y dirigido a los pequeños, tuviéramos algunas dificultades los niños para
ponerlo en práctica. Teníamos que sacar la sábana de la cómoda y procurar no
romperla ni mancharla para disgusto de nuestras madres. Volviendo a estos
tiempos, el niño actual es incapaz de asustarse con éste inocente juego. El
niño de hoy es más receptivo para otra clase de juegos. Si el niño de ayer se
asustaba con el fantasma, el niño actual no cree en ellos, y se ríe. Estas
máscaras terroríficas del Helloween, no les causan ninguna sorpresa ni se inmutan.
Lo mismo ocurre con el cine de terror.En las películas de antes, realizadas en
blanco y negro, las escenas de terror nos infundían verdadera pavor. Hoy éste
género de cine, a los niños,
adolescentes y jóvenes les hace reír, y lo manifiestan a carcajadazas. Y es que
estas películas se hacen en color, que aunque ofrecen mayor realismo con los
desgarros, mutilaciones y chorros de sangre, el público infantil se lo toma a
guasa y cachondeo. Están en otra orbita. Al niño del siglo XXI, lo que le
absorbe el seso, le preocupa y teme son los hipotéticos enemigos invisibles de
las “maquinitas”, consolas y demás juegos y artilugios informáticos. Las
películas en color rebajan la intensidad y el efecto del espanto que producían
las rodadas en blanco y negro con sus sombras y
la complicidad de los efectos
especiales. Me vienen a la memoria películas como Las diabólicas, de Clouzot, o Psicosis
de Alfred Hitchcok, en donde el clima de
tensión, inquietud y suspense que producían, no tienen nada que ver con las
películas de terror de hoy, con mucha “sangre” o lo que es igual, más tomate
que la tomatina de Buñol.
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