sábado, 20 de octubre de 2012

“ESCRIBO PARA QUE ME LEAN” (PIO BAROJA)

 Esta frase no es mía, sino del escritor  Pío Baroja (1872-1956). Lo que yo digo es que escribo por entretenimiento y tratar de entretener. He empezado con ésta frase porque éste escritor,  con todo lo conflictivo, rebelde y raro que fue, me gusta. Conozco su vida y he leído y conservo toda su obra literaria completa. La frase del título, me ha inspirado una anécdota personal relacionada con la redacción escolar, que me traslada a mi etapa estudiantil, aquí en Jávea.

Una de las tareas escolares que se imponían  en el bachillerato, según el plan de estudios de los años 40-50, era la redacción literaria. Como los lectores no ignoran, en Jávea al finalizar la década 1940, después de la guerra civil, a nivel de educación  escolar solo había tres o cuatro escuelas nacionales, distribuidas entre el pueblo y Aduanas del Mar, desempeñadas por maestros nacionales. En el año 1947, un grupo de padres de familia encabezados por José Font Marzal, secretario del Juzgado y Andrés Lambert tras varios contactos y reuniones promovieron la creación de una academia que se llamó Jesús Nazareno, regida por una especie de patronato de hecho, con una junta directiva. Con ello se culminaba una necesidad del pueblo a fin de que los jóvenes que habían superado su etapa en educación primaria tuvieran la oportunidad de cursar el bachiller, y poder acceder a los estudios universitarios.

Los primeros profesores de la academia, en su fase inicial, fueron reclutados entre los maestros nacionales del pueblo, y en mi memoria, sin ánimo de agotar el cupo, recuerdo a D. Jesús Montaner, D. Ángel Ribes, D. Bernardo, Dª Ángeles López, D. Andrés Lambert, D. Ángel Palencia…Este último, corpulento y de carácter fuerte, cuando no te sabías bien la lección o errabas, sacaba su genio y te soltaba: “¡y un huevo frito,...estás hecho un dátil!”, palabra  para designar a una persona disipada. Cuando se ausentaba o enfermaba algún profesor, su vacante era ocupada provisionalmente por alguno de los alumnos más  mayores y aventajados (los listos), que cubrían la baja del profesor. Este  era el caso de los “alumnos profesores” Juan Bertomeu Grau, Vicente Marzal y Cristóbal Bolufer. El primero estudio peritaje industrial en Alcoy, estuvo destinado en la refinería de Escombreras en Cartagena y la muerte les sorprendió muy joven. El segundo, al acabar sus estudios se dedicó a regentar  su empresa de armería, y falleció en 2010. El último, el hijo del “tío Blay del Sindicat” estudio la carrera de Magisterio y ejerció la docencia hasta su jubilación.

Uno de los profesores contratados fue D. Mariano López Alarcón, murciano y excelente persona, que ocupaba el cargo de Juez Comarcal, al que se le encargó la asignatura de Lengua y literatura española. Recuerdo que un soleado día de febrero nos impuso la tarea de hacer una redacción sobre el tema “Los almendros en flor”, pues ya se sabe que en ese mes, aquí florecen los almendros ofreciendo una  estampa que da colorido y belleza al paisaje. Cuando yo apunté en mi libreta el título de la redacción y llegué a mi casa y puse los codos sobre la mesa no se me ocurría nada ni sabía como comenzar. Era el momento de echarse en los brazos protectores de la madre. Le pedí que me ayudara y sacara del apuro, porque a mis doce años temía hacer el ridículo ante mis compañeros de clase. Mi madre, que tenía algunos años de instrucción recibida en el colegio de Loreto en Valencia, desplegó su manto maternal y se puso manos a la obra, haciéndome la redacción, que pasé a limpio. Al entregarla al día siguiente a D. Mariano, éste nos dijo que los calificaría y diría cual de todos los trabajos serían los dos mejores. Como yo no había hecho ningún esfuerzo, no tenía estímulo ni esperanza de ganar. El profesor, al día siguiente,  al iniciar la clase nos indicó que  todos los trabajos eran aceptables, y el nivel medio era bueno, por lo que nos animó a seguir en el buen camino. Todos escuchaban con atención y ansiedad esperando el resultado, menos yo, que reconocía que “mi redacción” no tenía ningún mérito. El resultado fue el siguiente: el mejor trabajo se lo llevó un compañero que  no recuerdo quien fue, y el segundo mejor redactado, oh!, ¡sorpresa… tierra trágame,  fue “el mío”! ¡Mi madre se había llevado el premio! Me puse colorado de vergüenza. Desde entonces, hasta hoy me propuse que mi madre “ no ganara” más veces.


                                            Vicente Catalá Bover
                                             Agosto 2012

 

 

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