Una de las tareas escolares que
se imponían en el bachillerato, según el
plan de estudios de los años 40-50, era la redacción literaria. Como los
lectores no ignoran, en Jávea al finalizar la década 1940, después de la guerra
civil, a nivel de educación escolar solo
había tres o cuatro escuelas nacionales, distribuidas entre el pueblo y Aduanas
del Mar, desempeñadas por maestros nacionales. En el año 1947, un grupo de
padres de familia encabezados por José Font Marzal, secretario del Juzgado y
Andrés Lambert tras varios contactos y reuniones promovieron la creación de una
academia que se llamó Jesús Nazareno, regida por una especie de patronato de
hecho, con una junta directiva. Con ello se culminaba una necesidad del pueblo
a fin de que los jóvenes que habían superado su etapa en educación primaria
tuvieran la oportunidad de cursar el bachiller, y poder acceder a los estudios
universitarios.
Los primeros profesores de la
academia, en su fase inicial, fueron reclutados entre los maestros nacionales
del pueblo, y en mi memoria, sin ánimo de agotar el cupo, recuerdo a D. Jesús
Montaner, D. Ángel Ribes, D. Bernardo, Dª Ángeles López, D. Andrés Lambert, D. Ángel
Palencia…Este último, corpulento y de carácter fuerte, cuando no te sabías bien
la lección o errabas, sacaba su genio y te soltaba: “¡y un huevo frito,...estás
hecho un dátil!”, palabra para designar
a una persona disipada. Cuando se ausentaba o enfermaba algún profesor, su
vacante era ocupada provisionalmente por alguno de los alumnos más mayores y aventajados (los listos), que
cubrían la baja del profesor. Este era
el caso de los “alumnos profesores” Juan Bertomeu Grau, Vicente Marzal y
Cristóbal Bolufer. El primero estudio peritaje industrial en Alcoy, estuvo
destinado en la refinería de Escombreras en Cartagena y la muerte les
sorprendió muy joven. El segundo, al acabar sus estudios se dedicó a
regentar su empresa de armería, y
falleció en 2010. El último, el hijo del “tío Blay del Sindicat” estudio la
carrera de Magisterio y ejerció la docencia hasta su jubilación.
Uno de los profesores contratados
fue D. Mariano López Alarcón, murciano y excelente persona, que ocupaba el
cargo de Juez Comarcal, al que se le encargó la asignatura de Lengua y
literatura española. Recuerdo que un soleado día de febrero nos impuso la tarea
de hacer una redacción sobre el tema “Los almendros en flor”, pues ya se sabe
que en ese mes, aquí florecen los almendros ofreciendo una estampa que da colorido y belleza al paisaje.
Cuando yo apunté en mi libreta el título de la redacción y llegué a mi casa y
puse los codos sobre la mesa no se me ocurría nada ni sabía como comenzar. Era
el momento de echarse en los brazos protectores de la madre. Le pedí que me
ayudara y sacara del apuro, porque a mis doce años temía hacer el ridículo ante
mis compañeros de clase. Mi madre, que tenía algunos años de instrucción
recibida en el colegio de Loreto en Valencia, desplegó su manto maternal y se
puso manos a la obra, haciéndome la redacción, que pasé a limpio. Al entregarla
al día siguiente a D. Mariano, éste nos dijo que los calificaría y diría cual
de todos los trabajos serían los dos mejores. Como yo no había hecho ningún
esfuerzo, no tenía estímulo ni esperanza de ganar. El profesor, al día
siguiente, al iniciar la clase nos
indicó que todos los trabajos eran
aceptables, y el nivel medio era bueno, por lo que nos animó a seguir en el
buen camino. Todos escuchaban con atención y ansiedad esperando el resultado,
menos yo, que reconocía que “mi redacción” no tenía ningún mérito. El resultado
fue el siguiente: el mejor trabajo se lo llevó un compañero que no recuerdo quien fue, y el segundo mejor
redactado, oh!, ¡sorpresa… tierra trágame, fue “el mío”! ¡Mi madre se había llevado el
premio! Me puse colorado de vergüenza. Desde entonces, hasta hoy me propuse que
mi madre “ no ganara” más veces.
Vicente Catalá Bover
Agosto 2012
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