Son palabras
malsonantes, y malolientes, pero están con nosotros. Boñiga, es el excremento
del ganado vacuno y caballar. Mierda, es el excremento humano. Si este titulo
lo hubiera empleado años atrás, los lectores del Semanal me hubieran tildado
de soez
y maleducado por utilizar
expresiones, fuera de tono. Pero hoy, éstas palabras no desentonan
(“¡hablas como un carretero!”, se decía del malhablado). Voy a hacer un poco de
historia para tratar de encajar estas palabras en el ambiente social y político
del país, que precisamente no huele a rosas. La villa de Jávea, hasta los años
60 del siglo pasado fue un pueblo dedicado a la producción agrícola y pesquera,
con predominio de la primera. Los antiguos labradores se valían de métodos y
aperos rudimentarios para trabajar la tierra. Caballerías y carros eran los
principales medios auxiliares para obtener las cosechas del campo. El arado por
arrastre animal fue sustituido y mejorado por la “mula” mecánica y el tractor,
y a su vez el carro agrícola fue reemplazado por el furgón. El carro, tuvo una
doble función: servir de acarreo de la
cosecha agrícola, y de transporte de la piedra tosca extraída para la
construcción. Esta, igual servía para construir una casa para vivir, que un
nicho para descansar eternamente. El escultor de la tosca, Vicente Bisquert,
“Viçent de Graçia”, construyó para él y su esposa su propio mausoleo de tosca,
que se conserva en el cementerio viejo, como monumento artístico. Del mismo modo que los actuales automóviles
contaminan la atmósfera, la proliferación de las caballerías de antaño llenaron de boñigos los caminos. La boñiga,
era aprovechable como abono de ciertas plantaciones, y era frecuente la
presencia de algunos labradores, que escasos de recursos, utilizaban un capazo
y una paleta para recoger estos excrementos. Así eran el campo, los campesinos
y las boñigas que “adornaban” el paisaje. Y
de la mierda, ¿qué hemos de
decir? Parece que tiene algo de relación
con la política, o por lo menos con algunos políticos. Les refrescaré la
memoria. Cuando Zapatero gobernaba en el país, creó el Ministerio de Igualdad,
y nombró ministra a Bibiana Aido, andaluza de 31 años, asesora de baile, que
del tablao flamenco saltó a la silla ministerial. Esta “miembra” del gobierno (palabra
de su invención y producto de su incultura), entre otras cosas, concedió
subvenciones de casi un millón de euros
(pagados por todos los contribuyentes) para premiar proyectos e investigaciones sobre temas tan “instructivos
y olorosos” como Fragmentos para una
historia de la mierda. Cultura y trasgresión. En éste “interesante” curso
se inscribieron más de quinientos alumnos en la Universidad de Huelva,
en cuyo distrito se impartió. Escritores, periodistas, y la opinión pública, se
indignaron al observar que en tiempos de crisis
se “tirara el dinero a la mierda”. El escritor y académico de la RAE , Arturo Pérez Reverte, se
expresó así en una publicación nacional, en referencia a los políticos y a Bibiana
Aido: “Nuestra envilecida y analfabeta clase política…nuestras ministras
idiotas del miembro y de la miembra….Me reafirmo un día mas en lo de país
[España] de mierda…El problema es que España es un país inculto…etc.” ¿Y ahora
qué pasa en España? La corrupción, cual marabunta está avanzando y asolando el país. La mierda, como expresión
de la codicia y ambición de algunos dirigentes, está esparcida en todas las
comunidades. Asistimos atónitos y sorprendidos a un fenómeno hasta ahora
desconocido. Si en tiempos pasados eran los boñigos los que formaban parte del
entorno rural y urbano de nuestros pueblos, hoy la mierda (ya sin perdón) en
forma de corrupción es la que forma parte de la clase gobernante, empresarial y
banquera. En relación con el tema de
hoy, les contaré una anécdota de los años 50. Mis padres tenían amistad con una
familia veraneante de Valencia, apellidada Marqués, que tenían un chalet
(“Villa Isabel”) frente a la playa del Benissero. Uno de los hijos del
matrimonio, Luís, trabajaba en París y añoraba la luz y el sol de Javea.
Estando en la naya, una tarde de verano, éste le dijo a mi padre: “Agustí,
estic fart de viure en Paris, i m´agradaría viure en Xábia, tu, que eres de
açi, ¿no em podríes trobar un treball? Mi
padre, (que era socarrón), todo serio le
contesto: “Si home, mira demá t´en vas al poble, ves al Sindicat, compra un
cabaçet y una pala i comença a arreplegar boñigues, que es paguen bé“. El otro,
contrariado por la broma contesto: ¡Ché Agustí, ves a la merda, collons! Conclusión:
uno al otro se mandaron, respectivamente a la boñiga y a la mierda.
Junio 2013
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