domingo, 22 de septiembre de 2013

PASAR POR VENTANILLA

El aparato burocrático de los años 50 se apoyaba y se desenvolvía a través de la ventanilla, el lamento y queja de la sociedad española. La ventanilla administrativa era una pequeña abertura en el tabique de las oficinas y despachos en donde sus empleados atendían al público que se hallaba fuera. En la administración era corriente la frase “pasar por ventanilla” para conseguir lo interesado. Esta separación  entre la  administración y el administrado se basaba en la desconfianza mutua entre unos u otros. Actualmente está muy restringida su utilización en la vida social y publica. Modernamente, la transparencia, se ha impuesto y ha eliminado barreras. Se pretende que las gestiones, operaciones y papeleo impuestos en la sociedad, se realicen entre administradores y administrados de forma directa, personalizada y cara a cara, sin las trabas de la ventanilla. Retrocediendo en el tiempo, aquí como en cualquier pueblo o ciudad se han utilizado las ventanillas para la atención al público. Las había en el Ayuntamiento, en Correos, en la Hermandad de Labradores y Ganaderos, en la Farmacia… En la de Tena, estaba Vicente Segarra, que despachaba a pecho descubierto sin la protección de la ventanilla. Hoy subsisten muy pocas, solo en cines,  bancos y las del juego de la LAE (Loterías y Apuestas del Estado).

En los años 40, recién terminada la guerra civil todos los servicios públicos eran de gran simplicidad y austeridad, ejecutados en papel a base de lápiz, tinta y máquina de escribir. En los 50 aparece el bolígrafo que sustituye al lapicero y a la tinta. Los servicios municipales se prestaban en su totalidad en el edificio de la plaza de la Iglesia, que ahora se utiliza como sede institucional de la alcaldía y en donde se realizan los plenos y demás solemnidades. Este edificio, del siglo XV fue propiedad del poderoso Sebastián Sapena, y en el mismo se habilitaron oficinas, unas a continuación de otras y separadas del publico por tabiques provistos de ventanillas por las que se atendía al mismo. Allí estaban concentrados todos los trámites. Los pasillos que rodeaban estos habitáculos, estaban alfombrados de colillas tiradas al suelo, cuya pestilencia y el humo envolvente eran la tónica habitual de la burocracia de entonces. No se conocía la costumbre de colocar ceniceros, que solo se usaban en casa. Ni existía la sensibilidad de no ensuciar como se entiende hoy. A las colillas del suelo, se unían las escupideras, esos recipientes con agua,  en donde la clientela arrojaba sin ningún pudor ni delicadeza salivazos y gargajos. En ese noble caserón, de carácter multi-funcional como se le llamaría hoy, albergaba el calabozo, en uno de sus bajos, y en el otro las dependencias de la incipiente y escasa Policía, que más tarde pasaría a llamarse Local y a engrosar su número de agentes, que hizo necesaria un edificio aparte. En la época del desarrollo, y de las vacas gordas del turismo, allá por los años 60, la administración local asumió más competencias y hubo necesidad de ampliar las oficinas y el número de funcionarios, con lo que se hizo necesario adquirir edificios y viejas casonas donde albergar papeles y empleados. En ese tiempo desaparecen las ventanillas y el trato de funcionario a ciudadano se personaliza. Como la bonanza económica se alarga, el Ayuntamiento ya no se conforma con las casas emblemáticas, y se lanza a la construcción de locales de nueva planta, como los edificios situados en la Partida Roig (portal del Clot), y los parkings, que están en la misma situación que muchas obras  faraónicas,  hijas de la burbuja inmobiliaria y del ladrillo, como los aeropuertos sin aviones y las estaciones de tren sin trenes. Si hemos hablado de la ventanilla administrativa, nos queda hablar de la ventanilla religiosa, es decir el torno de los conventos, el sistema de comunicación, entre el mundo terrenal y el espiritual. . A las monjas Agustinas de la Placeta, se acudía para endulzar la vida. Tras estirar de un cordel unido a una campanilla, acudía una hermana, que tras un  dulce y místico “Ave Maria Purísima”, se contestaba (el que lo sabía) “sin pecado concebida”. ¿Que desea? preguntaba la invisible hermana. Lo deseado y apetecido era siempre un bizcocho o una tortada de almendra, confeccionada por las delicadas manos de las religiosas. Al recogerla, el torno ponía en manos del peticionario, el sabroso dulce. Era la ventanilla con sabor celestial. Los cambios sociales y políticos han eliminado las ventanillas, de una y otra clase.

                                        Abril 2013

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