El aparato
burocrático de los años 50 se apoyaba y se desenvolvía a través de la
ventanilla, el lamento y queja de la sociedad española. La ventanilla
administrativa era una pequeña abertura en el tabique de las oficinas y
despachos en donde sus empleados atendían al público que se hallaba fuera. En
la administración era corriente la frase “pasar por ventanilla” para conseguir
lo interesado. Esta separación entre la administración y el administrado se basaba en
la desconfianza mutua entre unos u otros. Actualmente está muy restringida su
utilización en la vida social y publica. Modernamente, la transparencia, se ha
impuesto y ha eliminado barreras. Se pretende que las gestiones, operaciones y papeleo
impuestos en la sociedad, se realicen entre administradores y administrados de
forma directa, personalizada y cara a cara, sin las trabas de la ventanilla.
Retrocediendo en el tiempo, aquí como en cualquier pueblo o ciudad se han
utilizado las ventanillas para la atención al público. Las había en el
Ayuntamiento, en Correos, en la
Hermandad de Labradores y Ganaderos, en la Farmacia … En la de Tena, estaba
Vicente Segarra, que despachaba a pecho descubierto sin la protección de la
ventanilla. Hoy subsisten muy pocas, solo en cines, bancos y las del juego de la LAE (Loterías y Apuestas del
Estado).
En los años
40, recién terminada la guerra civil todos los servicios públicos eran de gran
simplicidad y austeridad, ejecutados en papel a base de lápiz, tinta y máquina
de escribir. En los 50 aparece el bolígrafo que sustituye al lapicero y a la
tinta. Los servicios municipales se prestaban en su totalidad en el edificio de
la plaza de la Iglesia ,
que ahora se utiliza como sede institucional de la alcaldía y en donde se
realizan los plenos y demás solemnidades. Este edificio, del siglo XV fue
propiedad del poderoso Sebastián Sapena, y en el mismo se habilitaron oficinas,
unas a continuación de otras y separadas del publico por tabiques provistos de
ventanillas por las que se atendía al mismo. Allí estaban concentrados todos los
trámites. Los pasillos que rodeaban estos habitáculos, estaban alfombrados de
colillas tiradas al suelo, cuya pestilencia y el humo envolvente eran la tónica
habitual de la burocracia de entonces. No se conocía la costumbre de colocar
ceniceros, que solo se usaban en casa. Ni existía la sensibilidad de no
ensuciar como se entiende hoy. A las colillas del suelo, se unían las
escupideras, esos recipientes con agua, en donde la clientela arrojaba sin ningún
pudor ni delicadeza salivazos y gargajos. En ese noble caserón, de carácter
multi-funcional como se le llamaría hoy, albergaba el calabozo, en uno de sus
bajos, y en el otro las dependencias de la incipiente y escasa Policía, que más
tarde pasaría a llamarse Local y a engrosar su número de agentes, que hizo
necesaria un edificio aparte. En la época del desarrollo, y de las vacas gordas
del turismo, allá por los años 60, la administración local asumió más
competencias y hubo necesidad de ampliar las oficinas y el número de
funcionarios, con lo que se hizo necesario adquirir edificios y viejas casonas
donde albergar papeles y empleados. En ese tiempo desaparecen las ventanillas y
el trato de funcionario a ciudadano se personaliza. Como la bonanza económica
se alarga, el Ayuntamiento ya no se conforma con las casas emblemáticas, y se
lanza a la construcción de locales de nueva planta, como los edificios situados
en la Partida Roig
(portal del Clot), y los parkings, que están en la misma situación que muchas
obras faraónicas, hijas de la burbuja inmobiliaria y del
ladrillo, como los aeropuertos sin aviones y las estaciones de tren sin trenes.
Si hemos hablado de la ventanilla administrativa, nos queda hablar de la
ventanilla religiosa, es decir el torno de los conventos, el sistema de
comunicación, entre el mundo terrenal y el espiritual. . A las monjas Agustinas
de la Placeta ,
se acudía para endulzar la vida. Tras estirar de un cordel unido a una
campanilla, acudía una hermana, que tras un dulce y místico “Ave Maria Purísima”, se
contestaba (el que lo sabía) “sin pecado concebida”. ¿Que desea? preguntaba la
invisible hermana. Lo deseado y apetecido era siempre un bizcocho o una tortada
de almendra, confeccionada por las delicadas manos de las religiosas. Al
recogerla, el torno ponía en manos del peticionario, el sabroso dulce. Era la
ventanilla con sabor celestial. Los cambios sociales y políticos han eliminado
las ventanillas, de una y otra clase.
Abril
2013
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