La lectura es
una capacidad propia del ser humano, fuente de conocimientos y motivo de satisfacción y placer para el
espíritu. Me viene a la memoria una anécdota relacionada con la lectura de un
libro del que hablaré a continuación. La lectura como tal y en sí misma, es una
actividad personal que normalmente no admite delegaciones. Se puede leer para
un ciego (que no conozca el Braille) y para un analfabeto, pero la lectura es cosa
personalísima, y se puede realizar en cualquier momento y situación, desde un
retrete, hasta comiendo, pasando por leer en la cama o en la playa. La lectura
es imposible cuando el estado de ánimo o una grave preocupación impide la concentración
y la serenidad del espíritu. El mejor ejemplo de leer para los demás se daba en los conventos,
cuando la comunidad religiosa acudía al refectorio para alimentar el cuerpo, ya
que el alma se alimentaba en el templo. Allí, en un púlpito adosado al muro, el
religioso o religiosa elegido, leía para la congregación. Otra forma de leer es
por encargo, y aquí es donde encaja la anécdota que les voy a relatar. Empieza
de esta manera. En mi estancia profesional en Albacete, conocí a un fabricante
de calzado de Almansa, que tenía establecimiento abierto en Madrid. De esa
zapatería eran clientes, Manuel Fraga y su señora. El industrial manchego,
veraneaba en ésta villa, y era propietario de un apartamento en el segundo Montañar,
que lo disfrutaba con su familia. Esta circunstancia hizo que nuestra amistad
se incrementase todavía más, pues yo le contaba todo lo que le interesaba saber
de Jávea. Como es sabido Manuel Fraga Iribarne, fue uno de los políticos más
destacados del régimen de Franco. Era catedrático, ocupó varias carteras
ministeriales y desempeñó el cargo de embajador en Londres, entre otras
actividades, además de escritor. Entre
mi amigo manchego, y Fraga existía un buena amistad, y en una de las visitas
que hizo éste a la tienda de calzado, le regaló el libro que acababa de
publicar titulado Memoria breve de una
vida política, (1980), con la consabida coletilla “¡espero que te guste, ya
me darás tu opinión!”. Esta última recomendación al industrial albaceteño le
trajo preocupado durante algún tiempo, pues este no era muy aficionado a la
lectura y los libros se le caían de las manos, apenas comenzados. Este
empresario personificaba, el dicho “Zapatero, a tu zapatos”, porque de leer, nada. El periódico, todo lo más. Mi amigo, llegado el verano,
metió el libro en la maleta, con
intención de hincarle el diente en su apartamento del Montañar. Pero la
galbana del verano y sus ratos en el barco, fueron una montaña difícil de
superar. Un día me lo encontré en el Club Náutico, y me dijo un poco apurado, “¡regreso dentro de una semana a Madrid, y no ha
habido forma de echar mano al libro de Fraga! Me voy a ver en un compromiso,
cuando venga a la zapatería, y me pida opinión del mismo. Sería una
desconsideración decirle que no lo he leído”. Entonces, me hizo la siguiente
proposición como buen negociante. “Te regalo el libro, a cambio de que lo leas
en una semana, y un día comemos juntos y me cuentas lo mas interesante, para comentarlo con Fraga, y
darle el gusto de haberlo leído, vale?, Pues, por mi vale”. Y así fue, como
después de empapármelo, se lo hice “tragar”
a mi amigo, con el mismo apetito con que
estábamos tragando las gambas servidas en la mesa. El libro, de 400 páginas, esta
escrito en forma de diario. De Jávea, entresaco lo siguiente: “Sábado, 3 (junio
de 1967): viaje a Javea. Inauguro El Tossalet, bella y original urbanización
entre naranjos, en la millor terreta del
món; obra de una mujer valiente, la riojana Julia Giménez Muro. El ministro
de Hacienda, que, veranea allí, inaugura una iglesia modernista, para la que ha
ayudado. Toda clase rumores sobre los intereses creados en una urbanización, El
Arenal, que tiene la enemiga del pueblo. Franco, embarca en el yate Azor, para pasar una semana por el
Mediterráneo”. En otra parte del libro, habla de Mariano Navarro Rubio, “Era,
sin duda, una de las figuras importantes del Gobierno; Franco, lo estimaba
mucho; él lo sabía, y se engolaba un poco; gran defensor de los intereses y de
las gentes del Opus….”En definitiva, el libro de Fraga tiene un valor de
testimonio político de una época. Pero su prosa, como diario que es, carece de
amenidad y belleza. Todo acabó bien. El
zapatero, satisfecho de “haber leído” a Fraga; éste contento de “saberse leído” y, yo de quedar
“ciego” de marisco. ¿Quién quiere que le lea a este precio?
Mayo 2013
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