El agua, como concepto y
componente básico del planeta y de la civilización merece una reflexión previa.
Haciendo un poco de historia, los romanos en el tiempo que duró su dominación
en Hispania nos legaron (aparte de la sabiduría
jurídica concentrada en el derecho romano), entre otros monumentos, los
acueductos para la canalización y distribución del agua a los núcleos de
población. Siglos más tarde, los árabes, haciendo uso de su ingenio, idearon y
construyeron sistemas de regadíos para el campo, contribuyendo con ello al
desarrollo de los territorios dominados
por los mismos. Tanto unos como otros aportaron una cultura para el
aprovechamiento del agua como bien esencial e indispensable de la vida. Los
tiempos siguientes y la torpeza humana, han determinado a veces la aplicación incorrecta
del agua. Es motivo de derroche festivo, cuando en las llamadas “poalàs” de
algunos pueblos, los festeros se divierten lanzándose pozales de agua, en las
calles y desde los balcones.
En el agua de Jávea, hemos de
distinguir entre el agua de consumo humano y el agua destinado al riego
agrícola. Esta última, procedente de pozos particulares, como Ribes, Bolufer,
Antonio Catalá, Mompó, Ballester, Hermenegildo Bolufer “Rialla”,…etc. se suministraba
a los distintos cultivadores de la tierra a través o por medio del “sequier”,
el encargado del pozo, que en contacto con el agricultor le hacia llegar el
agua en el tiempo y precio pactados. De estas aguas, hablaremos en otra ocasión.
Hoy me referiré al problema del abastecimiento para consumo de la población que
se produjo en los años 70, en pleno desarrollo turístico, y que se agravaba en la
temporada estival. Esta villa, dotada de privilegiados paisajes y encantos
naturales, sufrió en algunos años de esa década un alarmante desabastecimiento
de agua a la población motivado por la gran demanda de la misma. Sus
principales causas fueron la masiva llegada de veraneantes, la construcción de
numerosos chalés, piscinas y jardines. Las reservas acuíferas se agotaron y el
agua manaba salada, no siendo apta para
su consumo.
La solución para el grave
problema creado a la corporación municipal, lo resolvió el Ayuntamiento,
comprando agua de los pozos de la vecindad comarcal y de los de aquí. La
imposibilidad de acometer una improvisada y rápida canalización de las aguas, para
su distribución se remedió a base de auto-cubas, con las cuales se llenaban
unos depósitos distribuidos en distintos puntos del término municipal, de los
cuales el público se abastecía, en forma racionada, del agua. Ante la
posibilidad de acaparamiento, se estableció un cupo de agua del que no podía salirse.
Por éstas causas y motivo, los que obtuvieron buenos beneficios de ésta
situación fueron los establecimientos comerciales, en donde el volumen de venta
de agua embotellada fue muy elevado. Si el comerciante encontró beneficios, a
los residentes y veraneantes les resultaba más gravoso el veraneo. Algunas
familias, cuyo destino era el Mediterráneo, sin importarles grandemente cual
fuera el lugar, preguntaban antes de decidirse por Jávea, si el agua continuaba
salada o era ya potable. La contestación, en un sentido u otro determinaba la
elección. Las plazas hoteleras, al igual que los alquileres y todos los
servicios dependientes del fenómeno económico del turismo se resintieron lo
suyo. Aparte del trastorno e incomodidad
que causaba el agua salada para el desenvolvimiento normal de las familias,
tenía también su repercusión en el mundo doméstico, pues lavadoras, cafeteras y
electrodomésticos en los que intervenía el agua, el mecanismo de los mismos y
sus conductos se veían gravemente afectados por la salinidad del agua. En las
estaciones de lavado de coches, había un cartel bien visible en la entrada a
los mismos, en el se advertía “Lavado con agua dulce”. Cuando se palió el
problema, el Ayuntamiento controló el consumo, y realizaba inspecciones, bajo
pena de sanción si se cometían derroches. Como todo en ésta vida tiene su
remedio, la solución al problema del agua salada, se solucionó con la construcción
de una planta desalinizadora. El elevado coste de la misma, hizo subir el
precio del agua, y se decía que era más cara que la cerveza. Según un experto,
un catedrático de la facultad de Ciencias Químicas de la universidad de
Valencia, que conoce el tema, ha comprobado que la calidad del agua de ésta
planta, que abastece a la población, es de tanta calidad como lo pueda ser cualquier
marca de agua embotellada.
Julio 2013
yo la bebo, y la verdad sabe a demonios
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