Casco viejo, casco antiguo o
centro histórico, como queramos llamarle. A eso me voy a referir en estas
líneas, que ven por primera vez el recién estrenado 2014. No sé si mi pluma (que
comienza ahora este artículo) dará para más o para menos en éste tema. Viene la
cosa a cuento, a raíz de una conversación oída éste verano en el centro
histórico, en una soleada y calurosa mañana de agosto, en la que dos forasteros
caminando por un solitario y silencioso callejón, le decía uno al otro: “¡Este
pueblo está muerto, no hay nadie!”. Andaban ligeros y tenían el aspecto de
ejecutivos, por la traza de sus vestimentas. Curioseaban, a su paso, casas y
balcones. La tranquilidad callejera y el sosiego reinante les llevó a pensar
que allí no había vida, y por deducción llegaron a la conclusión de que el
casco viejo estaba muerto. ¡Qué equivocados estaban! Aún añadieron: ¡Parece un
pueblo abandonado! Estas impresiones llegadas a mis oídos gracias a la quietud
reinante, me llevaron a hacer unas reflexiones sobre nuestro casco histórico. Empecemos
por el principio. Entendemos por casco o centro histórico de la villa de Jávea
el conjunto de edificios y monumentos dentro de las murallas que la rodeaban, construidas
en 1306 por orden del rey Jaime I y derribadas en 1873, para ensanche del
núcleo urbano. Para entrar en el recinto amurallado, se hacía por varias
puertas llamadas Portal de la Ferrería o de Sant Vicent, el Portal del Clot o
de Sant Jaume y la Porta de la Mar. Más tarde, se abrió el Portal Nou. La
villa, durante muchos siglos, tuvo el aspecto de pueblo seguro, protegido y
fortificado. Sin pretender ser un entendido en materia de arquitectura urbana,
hay que afirmar que el centro urbano tiene una notable personalidad artística.
Haciendo un recorrido por sus estrechas calles se observa la originalidad y
limpieza de sus edificios. Las fachadas de sus casas son blancas de cal, su
anchura es la de un carro agrícola y su capacidad es la de dos plantas para vivir
y una cambra para guardar la cosecha y la matanza. Los portales de las casas
son redondos (los menos) o rectangulares (los más), enmarcados con piedra
tosca, el elemento decorativo de la arquitectura local. De vez en cuando, en el
recorrido urbano encontramos casones solariegos del siglo XVIII que lucen el
escudo heráldico de alguna familia de alcurnia, como los Cruañes, en el carrer
En Grenyó. Las ventanas de las plantas bajas están protegidas por artísticas
rejas que sobresalen sobre las diminutas y escasas aceras. En muchas entradas a
las casas y asimismo en las esquinas de las calles estrechas, se adosaban unos
poyetes de piedra para evitar la rozadura de las ruedas de los carros o
carruajes, con el fin de proteger los edificios y las viviendas. La propia fisonomía
y trazado de todas las vías públicas y su carencia de circulación de vehículos,
favorece el buen estado de limpieza de sus calles. Se ha cuidado mucho el aspecto vial del casco antiguo,
debido principalmente a dos factores determinantes: por una parte el estímulo y
vocación de los vecinos por mantener su espacio público aseado, y por otra
parte la colaboración del Ayuntamiento promoviendo las campañas de engalanado
de calles y plazas.
La visita y contemplación de un
casco viejo, como residuo de otros tiempos, sea de donde sea, nos remite a
fantasías históricas. Ahora, me toca analizar las dos clases de cascos antiguos
con que nos podemos encontrar: aquellos que son tranquilos y silenciosos en
donde se respira la tradición y la belleza de sus caserones y palacios
históricos, y aquellos otros, bulliciosos, ruidosos y folclóricos. Hay cascos
viejos con solera y cultura ancestral, que por estar situados en zonas de
atracción turística, sus dirigentes, para lograr una mayor demanda de
visitantes y excursionistas domingueros, ofrecen en sus calles, plazoletas y
monumentos, una serie de atractivos recuerdos folclóricos y símbolos
deportivos, taurinos...(camisetas, banderillas…), de tal modo que algún turista
sale más reconfortado culturalmente del casco habiendo adquirido y enfundado la
camiseta de Messi, de Ronaldo o de cualquier fenómeno de la Roja, que habiendo
tomado conocimiento de cualquier palacio o fortaleza, y su papel en la
Historia. Las visitas a estos cascos, con promociones más dirigidas al comercio
que al conocimiento histórico, no transmiten el sabor de la antigüedad ni la
sensación del pasado. Se acabó por hoy. Seguiremos hablando del casco viejo.
Vicente Catalá Bover
Diciembre 2014
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