Del cerdo, por supuesto. La
matanza del cerdo ha sido una actividad familiar muy habitual en los pueblos
desde los tiempos antiguos. Se lleva a cabo una vez al año, en los meses de
frío de noviembre, diciembre y enero. En una sociedad rural basada en la
producción o riqueza agrícola, como en Jávea, la economía familiar se
complementaba con la crianza de uno o dos cerdos. El cerdo es un animal con un
alto valor nutritivo, con la particularidad de que es enteramente aprovechable
y comestible (“Del puerco hasta el rabo es bueno”). Una parte de su carne se
destina a la charcutería (jamones y embutidos) y la otra se consume en asados,
fritos, guisados…etc. Era costumbre en muchos hogares, reservar un espacio para
pocilga o porquera, en la que se cebaba al cerdo durante un periodo de tiempo entre
diez o doce meses. El cerdo era alimentado con sobras alimenticias, como
mondaduras de patatas, cortezas de melón…pero el principal alimento con el que
era engordado era el salvado que se mezclaba con patatas, remolacha, calabaza,
maíz…etc. La llegada del frío, a partir
de noviembre, señalaba la hora del sacrificio. La matanza del cerdo está
recordada en muchos refranes populares. Ya se sabe que los refranes son fuente
de inspiración en muchos trabajos y ocupaciones de la vida diaria. Son como una
enseñanza e intuyen lo que va a suceder. Las tres fechas más señaladas para el
sacrificio del cerdo vienen avaladas por refranes. El primero, es que hace
referencia al 11 de noviembre, festividad de San Martín: “A todo cerdo le llega
su San Martín”. El siguiente en el tiempo, corresponde al 30 de noviembre, y
dice así: “Por San Andrés mata tu res, flaca o gorda o como esté”. El refrán
que cierra el ciclo, se refiere al día 17 de enero, San Antonio Abad (el santo
del “porquet”), muy similar al primero: “A todo cerdo llega su San Antón”.
Estos refranes se completan con éstos: “Cochino matado, invierno solucionado”,
“Por Nadal tu puerco en sal”, y así otros parecidos. Una vez engordado el
marrano, las operaciones siguientes eran la muerte del mismo y el
aprovechamiento de su carne. Ambas actividades se desarrollaban con gran
actividad y rapidez por parte de los que intervenían en las mismas, que eran la
familia al completo y amigos invitados. La matanza solía tener su lado festivo
y de celebración, que ocupaba a los hombres, a las mujeres y a los niños. Los
primeros eran los encargados de dar muerte violenta al cerdo. Para ello, la
primera medida era inmovilizarlo y atarlo a una mesa, y una vez bien sujeto el
verdugo o matarife de turno provisto de un cuchillo carnicero, se lo clavaba en
el cuello, provocando un manantial de sangre, entre fuertes chillidos del
animal, la cual era recogida en un lebrillo de barro. Esta sangre, sin cuajar,
era uno de los ingredientes para la posterior elaboración del embutido. Una vez
muerto, el cerdo era socarrado o chamuscado con aliagas encendidas para dejar
libre de pelos la piel. Seguidamente se procedía a abrirlo separando el
estómago y los intestinos y al despiece de las otras partes: los jamones, las
paletillas, el lomo, el tocino…etc. Cumplida esta primera fase, se procedía a
los preparativos de conservación y preparación de la carne. Aquí intervenían
las mujeres, empezando con el hervido de la cebolla y trituración de la carne.
La cebolla, ingrediente de la morcilla, una vez hervida se la introducía en un
saco y se presionaba sobre el mismo para que escurriera el agua. La carne preparada
para el embutido, se elaboraba con el empleo de una máquina manual, fabricada
en hierro, que tenía la doble función de triturar y embutir la carne en la
tripa del cerdo. En los años 40, y siguientes ésta máquina era de la marca
ELMA, atornillada a una mes y se accionaba por medio de una manivela situada en
un extremo. La parte superior disponía de una abertura por la que se introducía
la carne previamente adobada y preparada, la cual era triturada por unas
cuchillas. En el otro extremo de la máquina, existía una salida a la que se
acoplaba un embudo por el que a través del cuello del mismo, salía la carne y
se introducía en la tripa. Aquí, en ésta etapa de la matanza solían intervenir
los niños, que tomaban estas labores como un juego. La matanza del cerdo, desde
siempre ha tenido una honda significación social y ha tenido un protagonismo
popular de primera magnitud. El escritor Julio Camba (1884-1962), buen
gastrónomo y aficionado al buen comer dijo: “La matanza del cerdo constituye
algo como un sacrificio a la divinidad y se realiza con gran pompa”.
Vicente Catalá Bover
Noviembre 2013
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