lunes, 10 de marzo de 2014

NOVIEMBRE


Noviembre, mes de difuntos y de matanza (“por San Andrés, mata la res” dice el refrán). Este tema lo tenía preparado para publicarlo la semana pasada, coincidiendo con el día de Todos los Santos y de los fieles difuntos, pero la alarmante noticia de la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo con la puesta en libertad de los asesinos de ETA, hizo que cambiara de opinión y dedicara mi columna semanal para comentar este acontecimiento. Como aún estamos dentro del mes, hablaremos de los difuntos. Empezaré diciendo, que España, a través de la Historia ha demostrado su vocación y efecto de esponja, absorbiendo las culturas de los países que la han invadido. Romanos, cartagineses, visigodos, árabes… y ahora los anglosajones, han influido en la idiosincrasia de nuestra colectividad. Ejemplos de ello son el árbol de Navidad (haciendo la competencia al Belén), el Papá Noel y Santa Claus (sustituyendo a los Reyes Magos) y ahora la fiesta de Halloween. Todos estos eventos han dejado su sello en nuestra manera de ser. Lo último importado, el Halloween, que significa “víspera de todos los santos” y tiene su origen en los países anglosajones. Aquí en España, nos llega de EE.UU. Esta festividad, de cierta complejidad, está relacionada con la muerte y con los espíritus buenos y malos. A diferencia de España, la celebración no tiene su base en el recuerdo y dolor por un familiar fallecido, sino en el trasfondo e interpretación de la muerte como hecho natural y cesación de la vida, con la utilización de máscaras y disfraces, para provocar sustos, bromas y travesuras. Tienen una importante colaboración los niños, los cuales disfrazados de duendes, fantasmas y demonios, pasan por las calles pidiendo dulces de puerta en puerta y son recompensados con caramelos y golosinas. Esta fiesta, aquí es moderna, de hace unos cuantos años, pero se va imponiendo en nuestra sociedad, sobre todo entre la juventud. En España, la fiesta de Todos los Santos, se ha ceñido desde siempre a visitar los cementerios y recordar a los seres queridos que nos han precedido en el camino hacia el más allá. El vocablo cementerio deriva de una palabra griega que significa dormitorio, y generalmente es un terreno cercado destinado a enterrar a los muertos. Estos recintos, se han llamado desde siempre camposantos, debido a que en la cultura cristiana la muerte es la separación del cuerpo y del alma y el paso previo para gozar de Dios. Al tener relación con los misterios divinos, la Iglesia tomó la iniciativa de dar tierra a los difuntos y ese lugar pasó a llamarse camposanto. Hoy, esta denominación ha desaparecido. Más tarde el poder civil tomó la iniciativa y los municipios se encargaron de regular ésta cuestión, pasando a llamarse cementerios municipales. En el transcurso de los tiempos, los enterramientos se realizaban alrededor de las iglesias y fortalezas en donde se refugiaban los habitantes de la población en evitación de los ataques del enemigo. Así tenemos, que los descubrimientos arqueológicos han hallado fosas con restos humanos alrededor de la iglesia de San Bartolomé, concretamente delante del palacio de los Sapena, actual sede de la alcaldía. Para descongestionar la zona de la iglesia, se habilitó un cementerio llamado “lo fosar d´avall”, situado en la actual calle D´avall, dentro de la muralla recayente al sur. En 1502, Diego de Sandoval, marqués de Denia y señor de Jávea (Jávea no fue villa hasta 1612, por privilegio de Felipe III) mandó construir un hospital y una capilla dedicada a Santa Ana y San Joaquín junto al fosar existente. Esta situación se mantuvo hasta principios del siglo XIX, en donde los regidores de la villa con criterios más realistas y adelantados, tomaron la decisión de construir un cementerio fuera de las murallas y apartado del núcleo de la población. De los tres portales de que constaba la muralla, se eligió por mejor situación la puerta de San Vicente o de la  Ferrería, en la partida de San Juan, muy próxima al caso urbano, en donde había una ermita, la cual quedó englobada e incorporada al nuevo recinto. El nuevo cementerio se inauguró en 1817 y los enterramientos se hacían bajo tierra, pero a medida que el terreno se iba llenando de sepulturas, hubo necesidad de recurrir a nuevas soluciones. El proyecto fue puesto en práctica a mitad del siglo XIX, y fue la de construir nichos, unas concavidades de piedra tosca, superpuestas formando un muro para la colocación de los féretros. Este cementerio, ha sobrevivido hasta finales del siglo XX.

 
                                              Vicente Catalá Bover
                                               Noviembre 2013  

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