lunes, 10 de marzo de 2014

RECTIFICAR ES DE SABIOS


Hace unas semanas, publiqué en éstas páginas unas líneas  dedicadas a los médicos ejercientes en Jávea en los años 40. En el artículo citaba a los médicos don Jaime Martí, don José Ferrándiz y don José Bover. Algunos lectores, con perfecto conocimiento de los acontecimientos antiguos de la villa, me han advertido que en mi relato había omitido la figura del médico javiense don Jaime Buigues Pons, hijo del entonces administrador de correos, que ejerció la medicina local en esa década de los 40. Efectivamente, ante tal omisión, pido disculpas y tengo que añadir, que no comprendo cómo pude dejarme en el tintero a un personaje tan entrañable, admirado y querido por el pueblo. Mis padres y yo mismo, tuvimos una buena amistad con el mismo. Hablando de rectificaciones, también debo confesar que al médico Martí le atribuí el estado de casado, cuando era soltero, y el médico don Salvador Barber su segundo apellido es Ros y no Part (que era el de su padre) Hechas las rectificaciones, entro en materia. Don Jaime Buigues Pons, de notable abolengo familiar, era hijo de don José Buigues, administrador de Correos, y sobrino de Celestino Pons Albi, el que fuera importante político y presidente de la Diputación de Alicante, en la primera mitad del siglo XX. Estaba casado con Juanita Buigues Morató, que casualmente también era hija de un administrador de Correos de una localidad de Tarragona. El médico Buigues, era un hombre educado, de trato afectuoso y sonrisa fácil. La afectuosidad era la principal característica de su personalidad. Mantuvo con mis padres una excelente amistad, hasta el punto de que asistió a mi madre en el parto de mi hermano Juan Carlos, en el Montañar, cuando yo tenía 14 años. Como médico, visitó en numerosas ocasiones mi casa, atendiendo a la prole de cinco hermanos. Mi madre tenía mucho ojo clínico en cuestión de dolencias y enfermedades infantiles. Entendía y sabía aplicar los remedios adecuados, que en aquellos tiempos eran tan rudimentarios y caseros como la aplicación de cataplasmas, la administración de aceite de ricino o la toma de lavativas. Dicen los científicos que los genes y caracteres de la personalidad de los individuos se transmiten más de abuelos a nietos, que de padres a hijos. Mi madre era nieta de Juan Bautista Bover Dalmau, el médico de los hermanos Carlos y Cristóbal Cholbi, fundadores del Asilo en 1884. Mi madre, bien por la experiencia que le daba la crianza de cinco hijos, o la inspiración médica que le venía de  herencia, el caso es que entre ella y el médico Buigues estábamos bien atendidos y cuidados médicamente. Recuerdo que Don Jaime llegaba a casa, y después de cálidos saludos, se sentaba en el borde de la cama, y de su maletín de médico sacaba el fonendoscopio y la lamparilla, con los que auscultaba y  examinaba la garganta y los oídos. En el diagnóstico de la dolencia, y la prescripción del medicamento solían coincidir mi madre y el médico. Realmente el tipo de enfermedades se reducían a resfriados, anginas y cosas parecidas. A don Jaime siempre le he asociado con un medicamento para el remedio o curación de las anginas, del cual yo era muy propenso a contraerlas. Recuerdo perfectamente, que éste me prescribía unos supositorios llamados “Rectagmidol”. Este medicamento, venía presentado en una cajita de corcho, que contenía dos supositorios envueltos en papel de “plata”. Este atractivo envase de corcho lo utilizaba, a modo de plumier, para depositar las plumas del palillero que utilizábamos en la academia Jesús Nazareno. En la década de los 40-50, don Jaime Buigues era el único médico que estaba motorizado. Primero utilizó una moto y más tarde un pequeño “Austin”, con los que se desplazaba a visitar a sus enfermos. Lo aparcaba en la plazoleta del Pintor Sorolla (hoy hermanos Segarra Llamas) al lado de su casa, en donde tenía la consulta. Años más tarde, trasladó la vivienda y la consulta privada a su nuevo domicilio en la plaza de la Iglesia (lo que hoy es fotografía Aguado). Hacía una vida metódica y ordenada. Siempre cenaba lo mismo: hervido y tortilla francesa. Se bañaba en la playa del Tangó (o del Pope) todos los días del año, siempre que sus obligaciones se lo permitieran. Como hombre de arraigo, fue nombrado juez de paz, pero el ejercicio del cargo, le supuso un contratiempo en el desempeño de la medicina, por lo que solicitó la renuncia antes de acabar el mandato. Con estas líneas me doy por disculpado de mi omisión.

 
                                                         Vicente Catalá Bover
                                                         Noviembre 2013

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