Hace unas semanas, publiqué en
éstas páginas unas líneas dedicadas a
los médicos ejercientes en Jávea en los años 40. En el artículo citaba a los
médicos don Jaime Martí, don José Ferrándiz y don José Bover. Algunos lectores,
con perfecto conocimiento de los acontecimientos antiguos de la villa, me han advertido
que en mi relato había omitido la figura del médico javiense don Jaime Buigues
Pons, hijo del entonces administrador de correos, que ejerció la medicina local
en esa década de los 40. Efectivamente, ante tal omisión, pido disculpas y
tengo que añadir, que no comprendo cómo pude dejarme en el tintero a un
personaje tan entrañable, admirado y querido por el pueblo. Mis padres y yo
mismo, tuvimos una buena amistad con el mismo. Hablando de rectificaciones,
también debo confesar que al médico Martí le atribuí el estado de casado,
cuando era soltero, y el médico don Salvador Barber su segundo apellido es Ros
y no Part (que era el de su padre) Hechas las rectificaciones, entro en materia.
Don Jaime Buigues Pons, de notable abolengo familiar, era hijo de don José
Buigues, administrador de Correos, y sobrino de Celestino Pons Albi, el que
fuera importante político y presidente de la Diputación de Alicante, en la
primera mitad del siglo XX. Estaba casado con Juanita Buigues Morató, que
casualmente también era hija de un administrador de Correos de una localidad de
Tarragona. El médico Buigues, era un hombre educado, de trato afectuoso y
sonrisa fácil. La afectuosidad era la principal característica de su
personalidad. Mantuvo con mis padres una excelente amistad, hasta el punto de
que asistió a mi madre en el parto de mi hermano Juan Carlos, en el Montañar,
cuando yo tenía 14 años. Como médico, visitó en numerosas ocasiones mi casa,
atendiendo a la prole de cinco hermanos. Mi madre tenía mucho ojo clínico en
cuestión de dolencias y enfermedades infantiles. Entendía y sabía aplicar los
remedios adecuados, que en aquellos tiempos eran tan rudimentarios y caseros
como la aplicación de cataplasmas, la administración de aceite de ricino o la
toma de lavativas. Dicen los científicos que los genes y caracteres de la
personalidad de los individuos se transmiten más de abuelos a nietos, que de
padres a hijos. Mi madre era nieta de Juan Bautista Bover Dalmau, el médico de
los hermanos Carlos y Cristóbal Cholbi, fundadores del Asilo en 1884. Mi madre, bien por
la experiencia que le daba la crianza de cinco hijos, o la inspiración médica que
le venía de herencia, el caso es que
entre ella y el médico Buigues estábamos bien atendidos y cuidados médicamente.
Recuerdo que Don Jaime llegaba a casa, y después de cálidos saludos, se sentaba
en el borde de la cama, y de su maletín de médico sacaba el fonendoscopio y la
lamparilla, con los que auscultaba y examinaba
la garganta y los oídos. En el diagnóstico de la dolencia, y la prescripción
del medicamento solían coincidir mi madre y el médico. Realmente el tipo de
enfermedades se reducían a resfriados, anginas y cosas parecidas. A don Jaime
siempre le he asociado con un medicamento para el remedio o curación de las
anginas, del cual yo era muy propenso a contraerlas. Recuerdo perfectamente,
que éste me prescribía unos supositorios llamados “Rectagmidol”. Este
medicamento, venía presentado en una cajita de corcho, que contenía dos
supositorios envueltos en papel de “plata”. Este atractivo envase de corcho lo
utilizaba, a modo de plumier, para depositar las plumas del palillero que
utilizábamos en la academia Jesús Nazareno. En la década de los 40-50, don
Jaime Buigues era el único médico que estaba motorizado. Primero utilizó una
moto y más tarde un pequeño “Austin”, con los que se desplazaba a visitar a sus
enfermos. Lo aparcaba en la plazoleta del Pintor Sorolla (hoy hermanos Segarra
Llamas) al lado de su casa, en donde tenía la consulta. Años más tarde,
trasladó la vivienda y la consulta privada a su nuevo domicilio en la plaza de
la Iglesia (lo que hoy es fotografía Aguado). Hacía una vida metódica y
ordenada. Siempre cenaba lo mismo: hervido y tortilla francesa. Se bañaba en la
playa del Tangó (o del Pope) todos los días del año, siempre que sus
obligaciones se lo permitieran. Como hombre de arraigo, fue nombrado juez de
paz, pero el ejercicio del cargo, le supuso un contratiempo en el desempeño de
la medicina, por lo que solicitó la renuncia antes de acabar el mandato. Con
estas líneas me doy por disculpado de mi omisión.
Noviembre 2013
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