En mi artículo anterior, les decía que en las poblaciones con historia,
había dos tipos de cascos viejos: los bulliciosos, ruidosos y atiborrados de
testimonios folclóricos para atracción y reclamo de visitantes, para explotar
comercialmente sus reliquias, y los cascos pacíficos, austeros y privados de
ruidos en los que el turista se asoma a la historia y absorbe la belleza de sus
calles, caserones y monumentos. En las localidades de la Costa Blanca, abundan
los primeros, pero Jávea es la excepción. ¿Por qué es tranquilo y silencioso el
casco viejo? Lo explicaré en estas líneas a los lectores que no conozcan la
historia de esta villa. Les contaba en mi colaboración anterior, que unos
forasteros transitando el verano pasado por el centro histórico, comentaban que
ante el silencio y escaso deambular de vecinos por sus calles, les dio la
impresión de hallarse en un pueblo abandonado y carente de vida. Un pueblo
muerto, como se define corrientemente. La razón de esta quietud urbana es la
existencia de un fenómeno social, que define la personalidad de la villa de
Jávea y de sus javienses como pueblo agrícola que ha sido. Este acontecimiento
puntual, producto del verano, es conocido como la “renda”, y se manifiesta en
el éxodo o huida de la población hacia el campo con el fin de instalarse en la
“caseta” y dedicarse a la recolección de la producción agrícola en sus
distintas variedades (cereal, hortaliza, vid,…etc.). Esta actividad de mudarse
a pie de cosecha, se conoce con el nombre de “anarse a fer la renda”. El ilustre
escritor javiense Ramón Llidó, en su documentado libro Jávea (1964) hace alusión a esta cuestión diciendo: “El término
municipal de la villa de Jávea está salpicado de un inmenso caserío que recoge
durante la estación estival el éxodo total de los javienses del casco de la
población. Se instalan en casas campesinas, las cuales, en sus inmensa mayoría,
están dotadas de cuatro elementos arquitectónicos fundamentales: 1º. La naya…2º. La habitación vivienda. 3º. Un
patio o corral abierto…; y 4º. Una cuadra para las caballerías”...”. El casco
viejo de Jávea, tanto en verano como en invierno está impregnado de una fragancia
que transmite la sensación de estar inmerso en la antigüedad. El silencio
ambiental de sus calles y vecinos, hace que el visitante absorba con facilidad las
formas de la convivencia de sus antepasados. Hoy, en el siglo XXI, el centro
histórico, y sus vías públicas están más calmadas que hace cincuenta o más
años. Las causas de este sosiego se deben
a tres estadios de la vida: los niños, los jóvenes y los mayores. En mis años
de escolaridad, por los 50 del siglo pasado, los niños y niñas, acabadas sus
obligaciones en las escuelas, inundaban
las calles de la villa con sus juegos y travesuras. La chiquillería con sus
estridentes y ensordecedores gritos llenaban de vida los espacios abiertos,
saltando y brincando entre los pacíficos
transeúntes. Los jóvenes ocupaban las calles para el delicioso “passeig” y los
mayores hacían lo propio para la “vetla” en las aceras. Hoy día, estos
encuentros sociales han desaparecido. Actualmente, la chiquillería ha dejado de existir como
elemento de animación callejera. La
juventud no pasea y los mayores no conversan como antes. Los niños, los grandes
ausentes, no necesitan la calle. Antes, al cumplirse el horario escolar, salían
de estampida hacia la calle ansiosos de retozar, brincar y saltar, dando rienda
al cuerpo. Los juegos infantiles han desaparecido. Hoy, el niño, al salir del
cole, se dirige a su casa, y se encierra en su mundo tecnológico manipulando
hábilmente móviles, consolas de juegos, internet, whatsapp, redes sociales,
lanzamiento de mensajes… Para terminar y dar la última pincelada sobre el casco
diré que el casco antiguo de Jávea se distingue de los demás cascos, en que le
falta el emblemático y característico casino antiguo, entendido como tal el
lugar social del pueblo, en donde se va a matar el tiempo charlando, leyendo y
jugando. Esos casinos producían la sensación de sopor y falta de ganas de hacer
algo. Hubo un primitivo casino instalado en la calle Alfonso XII, pero fue
derribado en 1895 para construir un teatro, que más tarde fue el cine Espinós.
Con la fundación de la Cooperativa Agrícola Jesús Nazareno en 1919, se construyó
un local social en la calle Mayor, al lado del almacén de la misma., que hizo
las veces de casino-bar, pero nunca llegó a tener la categoría de un centro
cultural y social definidor de la idiosincrasia javiense.
Vicente Catalá Bover
Enero
2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario